He leído todos vuestros
comentarios sobre el tema del post de ayer, y me estoy inclinando a pensar que
el actual sistema es el mejor. No lo tengo del todo claro, en cuanto que me
gustaría un sistema que permitiera al anciano obispo permanecer en el puesto
hasta la muerte, aunque de facto fuese un obispo coadjutor el que
gobernase la diócesis.
Pero qué duda cabe que
esa medida refuerza la presencia del anciano
obispo (por encima de 75 años), pero eclipsa la
figura del obispo coadjutor que, de hecho, ya estaría encargándose de todo. De algún
modo se refuerza a la persona y se eclipsa a la institución. Se refuerza a la
persona del emérito, pero se eclipsa al que está ejerciendo realmente de
pastor.
Un obispo de 83 años,
debilitadísimo, que no sale de casa, realmente ya no
ejerce de pastor del que fue su rebaño. Así que voy pensando que el
actual sistema de renuncia quizá sea el mejor. Aunque sigo dándole vueltas a
cómo se podría conjugar lo uno y lo otro. Siempre
me ha parecido muy duro lo de tener que renunciar. Siempre me ha parecido que
nos asimila a las empresas. Pero reconozco que las razones de peso que abogan
por ello son objetivas. Seguiré escuchando vuestras opiniones en los
comentarios.
Lo bueno del sistema
actual es que un obispo emérito puede seguir en la diócesis ayudando todo lo
que pueda al nuevo obispo: sobre todo con las confirmaciones y la presidencia
de fiestas parroquiales. Un obispo emérito puede ahorrarle cientos de horas al
obispo residencial, pudiendo este centrarse más, por ejemplo, en conocer a sus
sacerdotes.
No debería ser necesario
decirlo, pero cuando he reflexionado en voz alta sobre este tema de la renuncia
de los obispos, para nada he tenido en mente ni a mi obispo emérito (el de mi
diócesis) ni al arzobispo emérito de Madrid, cuya renuncia ha sido aceptada
hace días.
Esta era una cuestión
sobre la que llevo pensando desde hace años, en abstracto. Los hechos recientes
podían dar la impresión de que es algo que estoy personalizando en figuras
concretas.
♣ ♣ ♣
Creo que hay que tratar
de que la Iglesia se parezca lo menos posible a una empresa. Hay que dejar
claro en todos nuestros procedimientos que somos otra cosa. La impresión
de ser una familia sería un argumento en contra de las renuncias al llegar a una
edad. La idea de un gran patriarca que va envejeciendo, que sigue en su puesto
hasta la muerte, presidiendo, es muy poética.
Pero la idea de un obispo
coadjutor que está eclipsado, aunque él realmente sea el que ejerce el
pastoreo, tampoco parece muy satisfactoria. Es un nudo gordiano difícil de
solventar. Y más cuando ayer acabé de ver (por 3ª vez) El león en invierno.
También hay obispos en el invierno de su vida y de sus fuerzas.