jueves, junio 15, 2023

Más consideraciones sobre la renuncia de los obispos

 

He leído todos vuestros comentarios sobre el tema del post de ayer, y me estoy inclinando a pensar que el actual sistema es el mejor. No lo tengo del todo claro, en cuanto que me gustaría un sistema que permitiera al anciano obispo permanecer en el puesto hasta la muerte, aunque de facto fuese un obispo coadjutor el que gobernase la diócesis.

Pero qué duda cabe que esa medida refuerza la presencia del anciano obispo (por encima de 75 años), pero eclipsa la figura del obispo coadjutor que, de hecho, ya estaría encargándose de todo. De algún modo se refuerza a la persona y se eclipsa a la institución. Se refuerza a la persona del emérito, pero se eclipsa al que está ejerciendo realmente de pastor.

Un obispo de 83 años, debilitadísimo, que no sale de casa, realmente ya no ejerce de pastor del que fue su rebaño. Así que voy pensando que el actual sistema de renuncia quizá sea el mejor. Aunque sigo dándole vueltas a cómo se podría conjugar lo uno y lo otro. Siempre me ha parecido muy duro lo de tener que renunciar. Siempre me ha parecido que nos asimila a las empresas. Pero reconozco que las razones de peso que abogan por ello son objetivas. Seguiré escuchando vuestras opiniones en los comentarios.

Lo bueno del sistema actual es que un obispo emérito puede seguir en la diócesis ayudando todo lo que pueda al nuevo obispo: sobre todo con las confirmaciones y la presidencia de fiestas parroquiales. Un obispo emérito puede ahorrarle cientos de horas al obispo residencial, pudiendo este centrarse más, por ejemplo, en conocer a sus sacerdotes.

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No debería ser necesario decirlo, pero cuando he reflexionado en voz alta sobre este tema de la renuncia de los obispos, para nada he tenido en mente ni a mi obispo emérito (el de mi diócesis) ni al arzobispo emérito de Madrid, cuya renuncia ha sido aceptada hace días.

Esta era una cuestión sobre la que llevo pensando desde hace años, en abstracto. Los hechos recientes podían dar la impresión de que es algo que estoy personalizando en figuras concretas.

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Creo que hay que tratar de que la Iglesia se parezca lo menos posible a una empresa. Hay que dejar claro en todos nuestros procedimientos que somos otra cosa. La impresión de ser una familia sería un argumento en contra de las renuncias al llegar a una edad. La idea de un gran patriarca que va envejeciendo, que sigue en su puesto hasta la muerte, presidiendo, es muy poética.

Pero la idea de un obispo coadjutor que está eclipsado, aunque él realmente sea el que ejerce el pastoreo, tampoco parece muy satisfactoria. Es un nudo gordiano difícil de solventar. Y más cuando ayer acabé de ver (por 3ª vez) El león en invierno. También hay obispos en el invierno de su vida y de sus fuerzas.