Esta escena muestra algo
de lo que hablaba ayer. Cuando Dios no quiere que suceda algo, no sucede. No importa
que un criminal tenga una pistola apuntando a tu cabeza y que haga ocho
intentos apretando el gatillo. Si Dios quiere que la víctima sobreviva,
sobrevivirá. Si Dios quiere que el asesino muera, morirá.
Resulta paradójico. La víctima
sobrevive, el asesino muere.
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Ahora que estoy leyendo
tanto acerca de césares y generales. También nuestra época tiene sus propios triunfos
cesarianos. Estos sin un esclavo que sostenga una corona de laurel:
Me gustaría saber que
repite el nuevo “césar” de tanto en tanto.