Hace pocos días, murió
Julio Anguita. Su muerte me ha dado ganas de llorar. Ganas de llorar al ver que
en este país sigue habiendo tanto mastuerzo y tanto majadero capaz de componer
elegías de ese exsecretario general del partido comunista.
Que todos se deshagan en
elogios de un sujeto que, como Carrillo, hubieran sido la peor pesadilla de las
libertades me parece increíble en este momento del siglo XXI. Con el agravante
de que este “amante de las libertades” mantuvo sus apologías de las dictaduras
hasta el final.
Por supuesto que no me
alegro de su muerte. Lo que me alegro es de que jamás lograra el poder para
hacer todo el daño que, sin ninguna duda, hubiera infligido a los inocentes
ciudadanos. No estoy hablando del comunismo en general, sino de que la personalidad
particular de ese político nos daba la seguridad de que de él podríamos haber
esperado cualquier cosa menos piedad.
Pensando qué epitafio
merecería este sujeto, solo citaré al ensayista Martin Amis que, leyendo el
diario de Trostsky, escribió:
Reading Trotsky, one is
often impressed with how much dishonesty he can pack into a paragraph.