Hoy he recibido una
interesante consulta: ¿cómo deberían ser los funerales de un papa emérito?
La respuesta es sencilla,
en todo igual a los de un papa reinante. Sería estéticamente interesante que a
la muerte de un papa, tras tocar las campanas a toque de muerto, se extendiera
un pendón negro desde el balcón de la fachada de la basílica vaticana. No una
simple, vulgar, tela negra, sino un rectángulo de seda adamascada, con borlas negras
en su extremo inferior. Un rectángulo de unos 7 u 9 metros de longitud.
También sería un detalle
de respeto a la grandeza de lo que significa ser (o haber sido) un vicario de
Cristo en la tierra que se restaurara la pequeña ceremonia de golpear levemente
con un martillito la frente del difunto, llamándolo tres veces.
Otro detalle, mínimo,
pero bonito, sería que el acta de fallecimiento no fuera un frío papel DINA-4 impreso
en el ordenador; sino que hubiera un libro de páginas grandes en el que las
anotaciones se hicieran a mano. Sería precioso ver un libro en el que se suceden
las actas de fallecimiento de los pontífices. En una sola página, con distinta
caligrafía, se podrían ver las actas de más de diez pontífices, uno detrás de
otro. La página se podría organizar en una sucesión de tres columnas verticales
con texto de margen a margen de la página. Hasta de eso se podría hacer una
obra de arte que se pudiera ver online en Internet. Una página que sería
completada pontificado tras pontificado.
Incluso se podría redactar
un responso expresamente pensado en sus fórmulas para el fallecimiento de un
sumo pontífice. También este responso podría estar redactado con impresionante
caligrafía (y hasta iluminaciones) que lo convirtieran en una obra de arte. Pienso
en unas páginas grandes, tamaño DINA-3, con una bonita encuadernación en cuero.
Sé que todo esto le
parecerá a alguien muy cinematográfico, pero son modos para significar lo que
significa ser (o haber sido), lo repito, el vicario de Cristo en la tierra.