Los que lleváis años en
este blog sabéis que una de mis fantasías arquitectónicas sería la de que crear
un distrito para las grandes instituciones del Estado. Un distrito con edificios
monumentales que crearan una especie de foro romano en pequeño. Esto es una
simplificación, pues sería un foro romano de estética vanguardista en medio de prados
y bosquecillos. Al que le interese lo puede encontrar detalladamente explicado en
mi ensayo breve Monclovia.
Pues bien, si a alguien
le parecía que mi neoforo era un proyecto imposible por sus costes, he conocido
hace poco el proyecto que Egipto está realizando para tener una nueva capital
administrativa. En mi libro explicaba que mi proyecto se realizaría muy poco a
poco, añadiendo otros edificios institucionales cuando los anteriores hubieran
sido completamente acabados y ya estuvieran en funcionamiento.
Pues el proyecto egipcio
sería como realizar cinco Monclovias enteras de golpe. Cuando he conocido las
dimensiones, me he quedado boquiabierto.
En seis años se han gastado
59 000 millones de dólares. Hay que tener en cuenta que Egipto tiene un PIB tres
veces más pequeño que el de España. Cuando he conocido las cifras y he visto
las fotos de lo ya construido, incluido su nuevo edificio para el parlamento,
me he reafirmado en que mi idea es perfectamente realizable. Materialmente, sí;
políticamente, no. Ya expliqué en otros posts que Monclovia solo tenía que ventajas
para los sentimientos patrios de la nación, para los que usaran esas
instalaciones (seguridad, servicios, amplitud de espacio), y para el turismo. Pero
por más que yo intente crear un proyecto que refleje en arquitectura lo que es
la democracia en todo su esplendor, algunos pueden pensar que se trata de un
proyecto fascista. Cuando nada está más lejos de mi pensamiento. Precisamente Monclovia
está pensada como una materialización de la grandeza de la libertad que
defiende la democracia.
Los presupuestos generales
del Estado en España superan siempre, desde el 2013, los 400 000 millones de
euros. Desde luego que sería posible sacar no ya 10 000 millones de dólares al
año como ha hecho Egipto, pero sí una tercera parte de esa cantidad.
Ojo, ya sé que no es una
cantidad sin importancia, 3000 millones de euros. El Ministerio de Igualdad, en
el año 2023, tiene un presupuesto de 47 millones de euros. Pero, en ese mismo
2023, la dotación presupuestaria para Cataluña es de 2 980 millones de euros. Es
decir, si se quiere buscar el dinero, se puede encontrar en un presupuesto tan
abultado.
Pero que conste que soy
un hombre realista y sé que mi neoforo descansará en la tranquilidad de mis
páginas durante toda mi vida y mucho tiempo después que se escriba el último
post de este blog. Aunque la idea, a mi entender, ya resplandece en mi libro;
ya puede recorrerse allí, pasear en ella. Podría llamarse literatura
arquitectónica. Pero es más correcto denominarla arquitectura literaria,
pues es lo primero lo que prima, y por que la otra denominación puede tener
acepciones muy distintas. Por ejemplo, un libro de organización de sus temas con
apariencia arquitectónica. Se puede hablar de la arquitectura del contenido de El
nombre de la rosa. Eso se puede decir del libro, no de la película. Por eso
lo adecuado es hablar de arquitectura literaria. Género al que he
consagrado ocho títulos si examináis el índice de mi obra integral en
Biblioteca Forteniana.