viernes, diciembre 09, 2022

Novios: ¿podemos poner algunas flores en la iglesia?

 

En este blog pongo mis ilusiones y mis tristezas, mis pasatiempos y mis labores, tonterías y asuntos serios. He dudado un poco en deciros algo que en sí es pequeño, pero que me ha dado una gran alegría desde ayer.

Llevaba años tratando de solucionar una cuestión teórica y, por fin, he dado con la solución. ¡Años, llevaba yo dándole vueltas al asunto!

Veréis, en mi libro La decadencia de las columnas jónicas, explicaba yo cómo sustituiría en las democracias las elecciones generales celebradas una vez cada cuatro años por unas elecciones continuas celebradas cada dos meses, fraccionando el censo electoral en grupos pequeños. Allí explico las ventajas de las elecciones continuas y son muchas a mi parecer.

La decadencia de las columnas jónicas, sección titulada “Votaciones generales escalonadas”, pg. 155.

Cuando se ocurrió este concepto de elecciones continuas, no dejé de pensar lo interesante que sería unir a esa idea la práctica de la renovación constante del congreso. Es decir, que según ocurrieran las elecciones así se fueran renovando los escaños, entrando unos, saliendo otros.

El tema era complicadísimo porque los escaños dependen de las votaciones de todos los electores. Es decir, hasta que no se completan todas las votaciones escalonadas, no se sabe si alguien ha llegado a la cantidad de votos necesarios para tener o no un escaño. Así que por muy fraccionadas que fueran las elecciones generales, al final la renovación de los escaños del hemiciclo solo se podía producir al cabo de cuatro años.

De ningún modo se podía hacer depender un escaño de los resultados de una determinada circunscripción. Esa hubiera sido una solución fácil, pero el hemiciclo tiene que ser la expresión de la voluntad popular de una nación. Hacer depender un escaño de un distrito electoral solo tiene que inconvenientes para la verdad democrática que debe reflejar el congreso. En mi sistema (el que expongo en ese libro), cada congresista representa al 1% de los votantes de la nación.

Como veis el problema me pareció insoluble durante varios años. Hasta que ayer me puse a buscar una solución (otra vez) y esta vez se encendió una bombilla. La solución la expongo en el libro que completa el libro anterior, se titula Las doradas manzanas de la democracia. Es uno de esos abundantes libros que puede preciarse de haber tenido, estimo, que no más de 4 o 5 lectores, y eso en el mejor de los casos.

Las doradas manzanas de la democracia, sección “Elecciones continuas y renovación escalonada de escaños”, pg. 88.

En fin, os hecho partícipes de esta alegría “muy personal” y por si alguno quería echar una hojeada. Cuando comencé a escribir el primer libro, me decía a mí mismo: “Qué poco futuro tiene este libro. Ya todas las naciones tienen su constitución”. Pero ahora el panorama es radicalmente distinto. Ahora todos los gobernantes quieren cambiar de carta magna, es como una moda. De hecho, cuando un gobernante se aburre y pasea sin saber qué hacer por palacio, se pregunta: “¿Y si cambio la constitución?”.