martes, marzo 07, 2023

Cuando las raíces de una planta se siguen hundiendo más profundamente

 

No voy a hacer un recuento de las acciones de China en los últimos meses. La del nuevo ministro de asuntos exteriores del gigante asiático es de ayer. Lo que está claro es que el camino hacia un futuro enfrentamiento total con China (a largo plazo) sigue avanzando paso a paso, como si se tratara de una agenda diabólica que hay que cumplir y cuya única duda es la velocidad, pero no el destino final al que nos lleva el tren de la historia.

Lo que veo claro en ese sendero hacia un futuro Vietnam; hacia un futuro conflicto como el ucraniano, pero en Asia; es que Europa y otras regiones del planeta experimentarán una creciente sinificación.

Ni la industria ni el comercio podrán ser competitivos si no se van adaptando a un esquema más inhumano en la búsqueda de una mayor competitividad. No solo ya es tarde para la búsqueda de soluciones nacionales o continentales; sino que, además, la misma vida política de las democracias tenderá a crear nuevos Putines, Erdoganes, Dutertes y Bukeles.

Estoy seguro de que hace unas décadas hemos alcanzado el mayor nivel de libertad en nuestras democracias y que los próximos diez años verán un lento ocaso de los derechos individuales.

China no es el único problema del planeta, pero sí que es el gran problema ahora mismo. El único inmenso poder que ahora mismo, en este mismo momento, sigue trabajando a favor de una estrategia de hegemonía mundial. Lo cual no sería ningún problema si no se tratara de la distopía más futurista; es decir, la mejor planteada desde un punto de vista político y tecnológico.

Solo los servicios de inteligencia, no los políticos, saben hasta qué punto el jugador asiático no ha dejado de ganar terreno en el tablero; ellos y las empresas. Las empresas hace más de un decenio que se dieron cuenta de que no era una cuestión de innovación ni de productividad, que el marco que se estaba creando era toda una estrategia nacional, lenta, pero inexorable contra la que no se podría luchar. Pero las grandes empresas fueron realistas: no cabe esperar ninguna reacción de los políticos. Y menos cuando la reacción tenía que ser global.

Ahora solo cabe esperar que lo que está escrito suceda, que el designio se cumpla. Solo constato que la agenda se sigue cumpliendo. Eso sí, nos quedan muchos años por delante. El punto de ruptura no se puede esperar en cuestión de tres o cuatro años. Pekín no tiene prisa.