Hace unos días, mencioné la
película Hannibal. Es una película que muestra maravillosamente a
Florencia; eso sí, lo poco que la muestra. Pero lo que aparece la convierte en
la película que he visto que mejor la refleja. Claro que la Florencia de ahora
no es la de la película de 2001. Hoy día afirmar que es una ciudad tomada por
los turistas sería poco. Habría que decir, más bien, que se trata de una ciudad
que más bien parece una fila de supermercado. No una ciudad con filas, sino que
la ciudad ya parece una única fila interminable.
Pero mejor que la ciudad, no
exagero, son los interiores del palazzo donde vive Lecter. Esos interiores
son una verdadera obra de arte cinematográfica.
La película tiene a Florencia como magnífico
protagonista. La ciudad viste la película. Ahora bien, el análisis de la mente
del asesino es soberbio. Es de esas pocas películas en que un tema tan manido no
la hace caer en los lugares comunes. La película vale la pena por sumergirse en
su psicología. Si unimos esa descripción psicológica y una bellísima ciudad, ya
tenemos material para una película.
Después está el retrato de la
ambición del inspector de policía. Muy buen retrato, aunque eclipsado por el
gran protagonista. El segundo gran personaje de esta obra es Mason Berger, el
multimillonario. Un personaje que hubiera merecido una película para él solo. Y,
de nuevo, su entorno palaciego es tan fascinante como Florencia. Si Lécter
tiene su polícia de secundario, Berger tiene su doctor. El actor ha trabajado magistralmente
su papel de médico y de hombre de confianza. Le ha dado cuerpo, verosimilitud,
a lo que era un mero papel en un guión.
Pero, desgraciadamente, la película
es inmoral. El gore es un género tan inmoral como la pornografía. Yo siempre
aparto la vista. En este sentido, me parece que es una de las películas más
inmorales que se pueden ver. Yo la he visto porque, por mis libros, trato de
profundizar en el tema del mal. Pero desaconsejo verla. Si uno la ve, tiene que
apartar la vista de cada escena inaceptable. Y el final, a traición, sin que lo
espere el espectador, es una de las escenas más abominables que he visto jamás.
En el cine, en el año 2001, aparté mis piernas porque creí que iba a bajar mi
cabeza y vomitar.
Por otra parte, una cosa es que una obra de arte muestre el mal y otra es deleitarse en el mal. Esta película lo muestra admirablemente, con una grandísima profundidad, pero se deleita. Sin duda es una película que hace daño a las almas. No se puede ver todo eso y pensar que eso no afecta.