Cuando un
papa firma una encíclica o una carta apostólica o cualquier documento para el
orbe católico, pienso que habría que dar a ese acto algo de “estética
ceremonial”. ¿Qué propongo?
Propongo que,
ante las cámaras, firme dos documentos del tamaño de una bula y de esa estética
caligráfica. Uno quedaría para los archivos del Vaticano y el otro se enviaría
a alguna diócesis del mundo, la que sea, para que recorriera las parroquias.
El documento-copia
se podría mirar de cerca, tocar, pasarlo de mano en mano, leerlo. Sería una
materialización de los actos del santo padre. No importaría que se deteriorara
y mucho, sería una copia. En cierto modo, está rodando para que se deteriore. Que
se deteriore, pero que se pueda tocar.
Y no estoy
pensando en un documento como los que he puesto en el post (todos ellos de la
monarquía inglesa), sino que se podría hacer que cada documento fuera una pequeña
y sencilla obra de arte: con una gran letra inicial con dibujos, con glosas en
los márgenes, con alguna iluminación.
Eso sí, sin
sello colgando. Porque el sello sí que se convertiría en causa de rotura. El sello
del documento-copia debería ser en tinta roja. Podría tener varios sellos: el
del papa, el del notario vaticano, el de la cancillería que redactó el documento.
El documento
se enviaría cada vez a un lugar del mundo, para que los documentos se “esparcieran”
por toda la Iglesia. ¿Cuánto costaría realizar este tipo de bulas? Sin duda,
hay infinidad de calígrafos por todo el mundo que estarían encantados de
hacerlo gratis. Se necesitaría eso sí, una sabia mano directora que creara unas
líneas generales estéticas de este tipo de bulas, en continuidad con la
tradición milenaria vaticana. Pero que se enriqueciera positivamente como sí
que lo ha hecho en sus documentos la monarquía inglesa. Lo ha hecho y
magistralmente. Lo que propongo (y no cuesta nada de dinero) sí que lo ha hecho
el trono británico.