En mi novela sobre san
Pablo, una de las cosas que no iba a aparecer era su hipotético viaje a
Hispania. Pero he cambiado de opinión por dos razones:
—La primera razón es que
son demasiados los escritores de la época patrística que hablan de ese viaje no
como una posibilidad, sino como de algo que se produjo. ¿Bastará citar a
Clemente Papa? Su carta está escrita unos veinte años después de la muerte de
Pablo. Creo que no es necesario citar a más autores. Ellos sabían que Pablo
solo escribió que deseaba ir. Pero esos escritores patrísticos dicen que
después se produjo el viaje.
—La segunda razón es que
ir a Tarragona desde Roma eran ocho días de navegación. Eso, en relación a
cualquier viaje por tierra de los muchísimos que hizo Pablo, era muy poco
tiempo.
Para una persona tan
lleno de celo como Pablo, poder predicar en el confín del mundo debió ser algo
así como un deseo irrefrenable.
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Agradeceré a cualquiera
que me dé referencias acerca de las comunidades judías
hispanas durante el imperio romano. Ya escuché un congreso que, acerca
de Pablo y su viaje a Hispania, tuvo lugar en Tarragona hace un par de años.
Alfonso me dio el modo
para unir signos con palabras y que no se separen automáticamente al dividir
Word por líneas. Este sistema funciona tan bien que, cuando no encuentro algo,
os lo pregunto.
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Lo del viaje a Hispania
de Pablo no ha sido una buena noticia para mi novela, porque mi último volumen
de la novela era ya el más largo de todos. Demasiado largo para un volumen,
demasiado poco para dividirlo en dos. Pero era de esperar que el volumen relativo
a la estancia en Roma tenía que ser algo.
Y os puedo asegurar que
no se me ocurre nada de Pablo llegando a Tarragona. Quizá ya es las ganas que
tengo de acabar. Le ocurrió lo mismo a Mankiewicz con sus 192 minutos de Cleopatra,
más de tres horas.