En el último episodio,
habíamos dejado a nuestros protagonistas a punto de tomar una trascendental
decisión. Dados nuestros protagonistas, no se tome la palabra trascendental
en sentido teológico.
¿Gracias al agua, se
quedará Viganó vagando solo, años y años, en su
propio desierto eclesial?
¿El genio Leonardo
acabará la historia con algún tipo de moraleja?
¿Según Hans Kung, estas
historias, realmente, tenían alguna moraleja?
¿Demostrará Lefevbre que
tenía bastante más dignidad que Viganó?
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Entonces, Leonardo
dijo: Viganó,
toma el agua y que sepas que la moraleja es que Lefevbre no era otro Viganó y
tenía más dignidad.
Viganó: ¿Y todo este rollo para acabar con esta
paparrucha de la moraleja?
Lefevbre:
Es que no entiende, Leonardo, no entiende. Llevábamos vagando varios días y
nada. No se da cuenta de que es otro Williamson.
Viganó: Ni Leonardo ni Lefevbre. Prefiero mi
propio desierto. ¡El agua!
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Moraleja (o algo así)
Cuando comencé a escribir
esta Serie del desierto, lo hice en broma. Pero me di cuenta de que
Viganó ha sustituido la sinodalidad, el reunirse con los hermanos para discutir
las cosas, para dialogar y argumentar en la caridad y la comunión, por su
propio desierto eclesial.
En el fondo, ha
sustituido la Iglesia por su propio desierto eclesial. Ha sustituido la
sinodalidad por un ejército de ordeno y mando.
La otra moraleja es que
Lefebvre era mucho más digno. Lefebvre no era un Williamson.
El pobre Hans, bueno, tantas
cosas él y los suyos las toman como etéreas e indefinidas y son completamente
férreas. Por ejemplo, el primado de Pedro, la tradición patrística, las leyes
morales.
Leonardo Boff aparece
solo como fruto del mucho sol en el desierto. Al fin y al cabo, solo Viganó les
habla de esa lámpara.
La gran conclusión de
esta historia es que dentro de la Iglesia puede haber disensiones, puntos de
vista diversos; pero fuera está el desierto. La soledad del pensamiento único, de
la propia postura, pero, a cambio, uno está solo: personalmente o con su propio
grupo.