sábado, enero 04, 2020

Un día en la vida de un presbítero



Al levantarme, he hecho mis oraciones. La primera de todas, laudes. Después me esperaba un panetone con leche caliente. He acabado de hojear aquí y allí El espejo de Herodoto. Lectura en diagonal, muy superficial. He llevado mi coche, un Lancia Ypsilon, al taller mecánico. Se había estropeado una luz trasera del freno. También he ido a recoger mi tarjeta sanitaria. La que tenía se había desmagnetizado y no funcionaba.

He ido a un convento a confesar. He preparado mi almuerzo: un poco de paella (que tenía congelada) y pan con tomate. Un poco de chocolate de postre. Ha venido un conocido a dar un paseo junto al río. Hacía mucho frío y mucha humedad. El cielo estaba gris.

He subido al hospital. Me he preparado para la misa durante 20 minutos. He celebrado con devoción y recogimiento. El altar estaba radiante con sus muchas velas, una docena; una preciosa caja de madera (un regalo) impregnaba de incienso el altar.

Tras eso, he hecho mi oración mental de la tarde. He atendido a una persona que ha venido a hablar conmigo. De regreso del hospital hacia el centro de Alcalá, he dejado a tres personas en sus lugares. De cena un poco de marisco congelado, un eco de las celebraciones navideñas y pan tostado con anchoas. Las anchoas son otra consecuencia de las compras de mi madre.

He jugado dos partidas de ajedrez no muy largas y he salido a pasear una hora con otro amigo. Es muy raro que en un día haya dos paseos. Hoy ha sido una excepción. Iba bien arrebujado en mi manteo (sobre mi sotana), hace -1º. Pero mi capa es de lana recia. No he sentido frío. 

Regreso a casa. Qué calentita está. Ahora escribo este post, leeré un rato de Biblia, rezaré completas. Me daré un baño de pies: una manía que se me ha metido en la cabeza con la edad. Me gusta lavarme los pies antes de irme a la cama rezaré completas y mañana recordaré qué he soñado durante la noche.