Qué impresionante lo que
hoy han mostrado en las noticias. El padre estaba con sus dos hijos, esperando
el autobús, en Jarkiv. El hijo de 13 años murió tras el ataque del misil ruso. El
padre, tras estar un rato dándole la mano, tras comprobar que ya sin ninguna
duda estaba muerto, sacó un librito de oraciones, se arrodilló y se puso a
rezar junto al cadáver de su hijo. Su otra hija, de 15 años, era intervenida en
el quirófano. El rostro del padre mostraba una dignidad que me ha conmovido.
Ese chico del que no
sabemos su nombre tendría sus ilusiones, sus amigos, sus películas favoritas. A
esa edad casi no tendría todavía ni proyectos. Pero un ultrarrico de ya casi 70
años, Vladimir el Jinete, decidió sacrificarlo a él y a otros como él, rusos y
ucranianos. Sacrificados a causa de sus fantasmagorías de grandeza soviética.
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Muertos en Ucrania,
pésames en tantos hogares rusos, hambre en otros lugares del mundo, amenazas de
venganzas atómicas. Menudo legado va a dejar Putin, menudo legado.
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He subido una segunda
parte, hoy, a la charla sobre la mejilla derecha: