jueves, julio 28, 2022

Más allá de los bancos del Opus Dei



Pensaba dejar ya el tema del Opus Dei definitivamente, pero voy a hacer un último favor a la prelatura: vamos a analizar estéticamente la iglesia de Villa Tevere. ¿Y por qué digo que es un favor? Porque nada agradecemos más los escritores que el que nos digan nuestros errores. (Muchas gracias por tus favores. ¡Puedes guardártelos en el fondo de tu cabeza!). Además, el análisis estético de esta iglesia puede servir para futuros grandes proyectos que ellos realicen. (Sí, claro, vamos a tener en cuenta tus… para nuestros proyectos).

Comencemos diciendo que la iglesia es muy bonita, realmente bonita. Se nota cuando se mete dinero en algo. Esto no es una crítica: para Dios lo mejor. Es como una película en la que se nota que no se ha reparado en gastos de decorado, vestidos y extras.

La iglesia es preciosa, pero fijémonos en lo que considero desaciertos. Las ventanas hermosean cualquier templo. Pero, desde la primera vez que vi esa iglesia, pensé que el arquitecto debía ser hijo de alguien que hacía ventanas. “Cubrir” con ventanas las paredes de un templo no parece la opción más sensata. Puede haber alguna excepción: por ejemplo, una iglesia en mitad de un bosque, una iglesia enclavada en una zona de preciosas colinas. Pero si, encima, las ventanas tienen luz artificial detrás, pues es la peor opción.

Después está la impresión de explosión de color que uno tiene al entrar. Hay iglesias en las que esa saturación tiene un propósito, como en la iglesia románica de Bagüés o en la Iglesia de San Pedro de Viena. Pero una explosión de color debe tener una razón de ser porque si no, ofrece una sensación de agobio, de opresión cromática. En la de Villa Tevere no se acaba de ver la razón iconográfica, de estilo arquitectónico, detrás de esa selva de colores. Solo con otros colores el espacio ofrecería una impresión mucho más serena.

El siguiente aspecto que resalta nada más ver la iglesia, nada más echar la primera ojeada, es la desproporción entre el baldaquino y el espacio en el que se enmarca. Ese baldaquino me parece precioso, pero no guarda armonía alguna con el emplazamiento. Si observamos todas las iglesias el mundo, observaremos que hay una especie de regla aurea entre el presbiterio y su baldaquino. Hay unos márgenes razonables, pero esa regla se cumple. Se cumple hasta en la catedral ortodoxa de Cristo Salvador en Moscú. No voy a hacer ahora un artículo del porqué de esas proporciones áureas, pero ese baldaquino de Villa Tevere no mejora el espacio, sino que lo invade.

Sobre las bancadas no añadiré nada a lo ya dicho extensamente ayer. Y me ahorro mi opinión sobre el via crucis de las paredes. Con la cantidad de via crucis tan bonitos que he visto en mi vida. Y, por último, el ábside. Un ábside precioso, pero que muy bonito. Ahora bien, la estética medieval del ábside no tiene nada que ver con el resto del templo. Son dos conjuntos artísticos pegados (la nave y el ábside) sin conexión estética entre ellos. Son dos mundos cuyo único punto de unión es un baldaquino invasivo.

La sede del prelado me parece que no puede ser más bonita, es realmente muy hermosa. Ahora bien, la estética de la sede no pega nada con el cuadro que le han puesto encima, ni con los mosaicos de alrededor. Es un cuadro que es una delicia, con un marco de ángeles que lo realza muchísimo más. Sería el centro perfecto de una capilla dedicada a María. Pero sobre esa cátedra, en medio de esos mosaicos, es un elemento pegado sin orden ni concierto. Artísticamente hablando, la sede es un canto. Los mosaicos del ábside de por sí, son otro canto. Añadir un tercer canto sin establecer una armonía entre los dos anteriores sería un desastre en una partitura; pues allí también. Ofrece una sensación acumulativa, pero no de concierto de elementos.

El artesonado sí que es muy adecuado porque ofrece un descanso visual en mitad de una agregación de arias. Pero el suelo de la nave es una prima donna que tiene plena conciencia de que allí no se puede valorar bien. Ese suelo estaba justificado en el presbiterio, pero repetirlo tal cual en la nave recuerda a los que al pedir postre les preguntan si quieren un chorrito de chocolate sobre el helado, y responden que el helado flote en el chocolate. El suelo es impresionante; pero menos, a veces, es más. No estoy diciendo que se hiciera un suelo de menor calidad en la nave, sino que el lugar se prestaba a una variación, no a una repetición. Y es que el suelo de la nave es un importante factor de agobio de colores en un espacio tan pequeño.

Podría hablar de otros elementos menores dignos de crítica, pero es más difícil dar mi opinión sin que veáis las fotos. Pero, por favor, que quiten ese relieve de san José María Escrivá que hay enmarcado a la izquierda del presbiterio. La iglesia que he criticado es bella, muy bella, ese relieve desdice totalmente del lugar.

¿Por qué me he tomado tanto interés en hacer esta crítica? Bueno, aquí enlazaría con el tema de la estética de las capillas del Opus Dei. Pero no, ya me he alargado demasiado. Y no sé si me animaré mañana. Lo digo con toda franqueza: no sé si afrontaré esa tarea. Ya he recibido demasiadas cartas de numerarios recriminándome que por qué no dedico diez posts a la estética de los neocatecumenales. (Es broma).

Carta de un enfadado: ¿Qué pasa? ¿Los de Comunión y Liberación son todos unos hijos de Miguel Ángel?

Carta de otro enfadado: Dedíquese a confesar y déjenos las iglesias a nosotros.

Carta de un tercer enfadado: ¡Qué sabrá el rey de cuidar ovejas!