Cuando se han escuchado
todas las bandas sonoras que valen la pena, cuando se han escuchado repetidas
veces, uno busca perlas, algo nuevo, algo no escuchado.
De la música clásica
puedo decir lo mismo. Mientras trabajo escucho música clásica (tomad el término
en su sentido más amplio, como se entiende popularmente) y música sinfónica de bandas
sonoras. También suelo escuchar música mientras descanso tras el almuerzo y la
cena. Eso significa que normalmente no bajo de las ocho horas de música diaria,
desde hace casi treinta años.
¿Por qué digo esto?
Porque busco cosas nuevas, partituras no escuchadas. Pero hoy he vuelto a
escuchar la BWV 140 y el estupor ha rebrotado en mí. No, no escucho esa
profundidad en las bandas sonoras, ni en el Dixit Dominus de Vivaldi que
era lo que había escuchado justo antes de esa cantata.
De pronto, la cantata Despertad,
nos llama la voz era otra dimensión de la música; no tenía nada que ver con
las otras armonías, con las otras melodías.
Despertad, nos llama la voz
de los vigías, arriba en la torre.
Despierta, tú, ciudad de Jerusalén.
Medianoche se llama la hora;
Nos llaman con voces brillantes.
¿Dónde estáis, vírgenes sabias?
Sin duda ha llegado el Novio.
Levantad, tomad vuestras lámparas.
¡Aleluya!
Preparaos para la boda.
Habéis de encontraros con Él.
Cuando uno piensa que los
feligreses de Leipzig que iban a la iglesia un domingo y se encontraban con un
alimento así para su oración, uno se pregunta: ¿¡Pero, realmente, eran conscientes
de lo que estaban presenciando!? Sin duda, no. Ahora sabemos que escuchaban esa
música pensando: “El próximo domingo, otra”. La impresión general era que esa
obra era para un día y se acabó.
Qué lejos estaban de pensar
que millones de personas, en todas las naciones de la tierra, escucharían cada frase
musical, cada detalle, con suma delectación. Y que los mejores no solo tendrían
suma delectación, sino que se harían conscientes de que esas armonías eran la
cúspide del pensamiento musical humano.
Al menos, esos habitantes
de Leipzig (aunque dieran por supuesto esa música, como lo más normal) hacían
oración con esas cantatas. Muchos, muchísimos, se tuvieron que dar cuenta de
que no se oraba igual con la música de ese compositor que con la música de
otros. Eso sí; al menos, eso. Y, ojo, no era poca cosa; era lo esencial. Pero
ellos no conocían la historia de la música hasta el siglo XX para percatarse de
que esa, justamente esa, la composición de ese domingo, en su parroquia, era
una cúspide de toda la historia. Perdón, una cúspide no, la cúspide. Carecían
de suficientes referencias para tener una visión global, de conjunto. Solo se
debían dar cuenta de lo dicho: “Qué bien se ora con la música de nuestro
conocido Joham Sebastian”.
Podéis acariciar vuestros
oídos y vuestra alma escuchándola aquí:
https://www.youtube.com/watch?v=DqZE54i-muE&t=306s
Los Rolling Stones, Iron
Maiden y todos los que ahora llenan estadios con músicas similares… ¿quién se
acordará de ellos dentro de cuatrocientos años? El coral (de esta cantata) Sión
oye cantar a los vigías seguirá resonando igual de fresco entonces.