lunes, octubre 24, 2022

Hay que hacer de nuestra vida algo más que una melodía agradable

 

Cuando se han escuchado todas las bandas sonoras que valen la pena, cuando se han escuchado repetidas veces, uno busca perlas, algo nuevo, algo no escuchado.

De la música clásica puedo decir lo mismo. Mientras trabajo escucho música clásica (tomad el término en su sentido más amplio, como se entiende popularmente) y música sinfónica de bandas sonoras. También suelo escuchar música mientras descanso tras el almuerzo y la cena. Eso significa que normalmente no bajo de las ocho horas de música diaria, desde hace casi treinta años.

¿Por qué digo esto? Porque busco cosas nuevas, partituras no escuchadas. Pero hoy he vuelto a escuchar la BWV 140 y el estupor ha rebrotado en mí. No, no escucho esa profundidad en las bandas sonoras, ni en el Dixit Dominus de Vivaldi que era lo que había escuchado justo antes de esa cantata.

De pronto, la cantata Despertad, nos llama la voz era otra dimensión de la música; no tenía nada que ver con las otras armonías, con las otras melodías.

Despertad, nos llama la voz

de los vigías, arriba en la torre.

Despierta, tú, ciudad de Jerusalén.

Medianoche se llama la hora;

Nos llaman con voces brillantes.

¿Dónde estáis, vírgenes sabias?

Sin duda ha llegado el Novio.

Levantad, tomad vuestras lámparas.

¡Aleluya!

Preparaos para la boda.

Habéis de encontraros con Él.

Cuando uno piensa que los feligreses de Leipzig que iban a la iglesia un domingo y se encontraban con un alimento así para su oración, uno se pregunta: ¿¡Pero, realmente, eran conscientes de lo que estaban presenciando!? Sin duda, no. Ahora sabemos que escuchaban esa música pensando: “El próximo domingo, otra”. La impresión general era que esa obra era para un día y se acabó.

Qué lejos estaban de pensar que millones de personas, en todas las naciones de la tierra, escucharían cada frase musical, cada detalle, con suma delectación. Y que los mejores no solo tendrían suma delectación, sino que se harían conscientes de que esas armonías eran la cúspide del pensamiento musical humano.

Al menos, esos habitantes de Leipzig (aunque dieran por supuesto esa música, como lo más normal) hacían oración con esas cantatas. Muchos, muchísimos, se tuvieron que dar cuenta de que no se oraba igual con la música de ese compositor que con la música de otros. Eso sí; al menos, eso. Y, ojo, no era poca cosa; era lo esencial. Pero ellos no conocían la historia de la música hasta el siglo XX para percatarse de que esa, justamente esa, la composición de ese domingo, en su parroquia, era una cúspide de toda la historia. Perdón, una cúspide no, la cúspide. Carecían de suficientes referencias para tener una visión global, de conjunto. Solo se debían dar cuenta de lo dicho: “Qué bien se ora con la música de nuestro conocido Joham Sebastian”.

Podéis acariciar vuestros oídos y vuestra alma escuchándola aquí:

https://www.youtube.com/watch?v=DqZE54i-muE&t=306s

Los Rolling Stones, Iron Maiden y todos los que ahora llenan estadios con músicas similares… ¿quién se acordará de ellos dentro de cuatrocientos años? El coral (de esta cantata) Sión oye cantar a los vigías seguirá resonando igual de fresco entonces.