Dado que ayer fue mi
cumpleaños, me gustaría rememorar algunas cosas de mi Barbastro natal. Me acuerdo
de la tienda de ultramarinos que estaba al lado del Trujal. No recuerdo el
nombre del establecimiento, pero sí el del amable tendero con bigote. Cuando salía
de los escolapios, veía las sardinas colocadas en una caja redonda, y
muchísimos robellones en la época de las setas. Aquel tendero era muy buena
persona, se le notaba en la cara. La tienda me resultaba encantadora, estaba
organizada toda esa abundancia con especial armonía. Y, sobre todo, percibía la
bondad del dueño y de su esposa siempre moviéndose entre la mercancía.
En la cuesta de la Calle
de las Escuelas Pías, recuerdo una tienda de telas que tenía fuera, en una caja,
todos los rulos de cartón que iban a tirar. Los niños luchábamos con esos rulos
como si fueran espadas. Gritos, carreras, alegría de niños. Nuestros uniformes
iban bajando por esa calle en bajada.
Había una fábrica familiar de charcutería en la Avenida de los Pirineos, qué olor a pimentón salía de todas sus ventanas. Mientras que de la fábrica de mi padre y mi tío salía un fuerte olor a miel. También recuerdo el olor a gasolina de la gasolinera de la familia Huguet. Era un olor agradable, en verano especialmente fuerte.
El
olor a pan en la tienda de Esperanza era nítido. Nunca he vuelto a comer un pan
tan delicioso. No me traiciona el sentimiento, aquel pan era tan bueno que yo a
veces me lo comía solo, sin poner nada sobre él. El pan era por encargo, cada
familia iba a por el suyo. La panadera solo hacía unos pocos más, no creo que más
de diez, por si venía algún cliente nuevo.