He vivido intensamente el
triduo pascual. Fui a Zaragoza porque sabía que vivir en casa de mi madre no
sería una distracción para vivir esos días como una especie de pequeño retiro
espiritual. Iba de casa al Pilar, y del Pilar a casa.
Esos tres días he estado
muy centrado en la vivencia de los episodios de la Redención. Ya contaba con
que la liturgia de los oficios iba a ser excelente. Cuánto me ayudado la
liturgia estos días, y el templo… El templo de El Pilar como elemento
sobresaliente para la adoración, para la meditación. El templo como otra
Jerusalén.
Y es que esa basílica no
es como una catedral, sino como seis catedrales: en dimensiones, en belleza, en
todo. Pero es que, encima, el fervor de los zaragozanos llenaba ese espacio. En
este templo exuberante de vida religiosa, la devoción era contagiosa. Doy
gracias a Dios de que me ha concedido tantas facilidades para aprovechar el triduo
pascual.