Esta Semana Santa he
hablado con varios sacerdotes. Hay sacerdotes sufrientes. A todo el mundo
siempre le aconsejo una visión cándida de la Iglesia, de la jerarquía, de sus
decisiones. Una visión cándida, bondadosa, que lleva a someterse de corazón,
que lleva a aceptar lo que viene como venido de la mano de Dios.
Siempre les digo que no
analicen la cuestión en sí misma, sino como ocasión para la santificación del
alma. Mas cuando uno está sufriendo, no es tan fácil mantener el rumbo del
timón. También yo conozco lo que son los pensamientos invasivos, esos
recuerdos que vienen una y otra vez a la mente. Los pensamientos-pantalla,
esas ideas que se repiten tanto que forman una pantalla entre Dios y nosotros,
que nos ocultan la bondad de Dios, para centrarnos en nuestro conflicto.
Jamás he dicho que el
obispo siempre tenga razón. Lo que he repetido continuamente (toda mi vida) es que hay que
someterse, tratando de ver la mano del Señor detrás del obispo.
Pero sí, hay casos en los
que hay dolor. Casos que deben ser examinados con amor de padre por parte del
obispo.
También me he encontrado en
la misa crismal con sacerdotes que me edifican por su labor, por su vida
interior. En plan de broma, durante la comida, un grupo de sacerdotes me ha
preguntado que cuántos demonios veía en ese refectorio.
Mientras iba recorriendo
las mesas y contando, en plan de broma, no se me ocurría ninguna respuesta
graciosa a la broma, porque los veía a todos tan buenos, veía tanta bondad, tanta
virtud…
Me siento tan orgulloso
de mis compañeros sacerdotes. Ah, las vestiduras clericales eran lo normal. Los
sacerdotes que visten laicalmente son la excepción, y las sotanas ya ni las
cuento. Claramente somos una diócesis sotánica.