Hoy hemos celebrado en la
catedral la misa crismal. ¡Qué bonito es estar todos los sacerdotes unidos! Tenemos
que juntarnos, tenemos que estar unidos. Ya solo eso es una inmensa alegría.
No los he contado, pero debíamos
estar unos 150 sacerdotes, el presbiterio al completo. Todos vestidos de blanco
me daban una impresión de bondad, de purificación.
La ceremonia preciosa, hasta
me ha gustado la mitra del obispo. La liturgia magníficamente organizada,
tenemos a un encargado de liturgia muy competente.
El obispo no ha querido
sentarse en la cátedra. Para significar el estado de sede vacante, se ha sentado
al lado de la cátedra.
He estado meditando,
desde una hora antes, el capítulo 10 de Hebreos, y la misa la he centrado en
esos versículos. Mi próxima predicación en el canal tratará de ese tema.
Las concelebraciones son
un modo impresionante de celebrar la misa. Impresionante porque la
magnificencia de la liturgia no tiene igual.
Siempre me gusta mucho el
momento en el que, en el claustro de la catedral, nos saludamos sacerdotes que
no nos vemos desde hace tiempo. También saludamos las nuevas incorporaciones.
Después viene la comida,
sobria, nada lujosa, pero adecuada, satisfactoria: puré de lentejas, unos
filetitos de cerdo y una torrija. Hemos comido todos juntos en el refectorio de
un antiguo monasterio cisterciense. (Seguirá mañana).