lunes, septiembre 07, 2020

La teología también como una cierta reconstrucción: la construcción de una imagen de lo invisible y del Invisible




Siguiendo con el tema de los dibujos de ayer. Llevo años sumergiéndome en los centenares de pinturas de Jean-Claude Golvin. Y como decía Lucía: una obra tan perfeccionista procede de un espíritu perfeccionista. Sí, tienes razón. Ahora me pregunto cómo será su vida cotidiana.

Qué envidia poder dedicar una vida a una sola obra unitaria, armoniosa, que conforma una unidad, una obra total compuesta de obras menores.

En el campo de la teología, existe lo mismo que estos dibujos. Hay maestros detallistas, orfebres de la creación teológica. Los hay desmañados y pasionales, pero geniales. Los hay honestos y deshonestos; sí, también hay una teología deshonesta. Una teología en la que el autor hace “trampas” conceptuales y cuando se las señalan solo echa tierra encima sin afrontar la cuestión. Los hay famosísimos que no valen nada. Hay teólogos enciclopédicos, pero que no han añadido ni una línea de creación: su saber es erudición, síntesis. También hay profesores de teología que llevan atormentando a sus pobres alumnos promoción tras promoción, sin que sus jefes (inmersos en su mundo de libros) ni siquiera se percaten de que hubiera un problema.

Por concretar algo, el protestante Graham Twelftree fue uno de los autores más respetados y admirados por mí en los últimos años. Ya he citado más veces mi admiración el ortodoxo Kallistos, nombrado metropolitano de forma honorífica. No hace falta que vuelva a mencionar al anglicano Rowan Williams.

Todo esto me hizo plantearme la posibilidad (en mi libro Colegio de pontífices) la posibilidad de que en el colegio cardenalicio hubiera la presencia de un cierto número de protestantes y ortodoxos. Posibilidad que deseché por las razones que expongo en esa obra.

Sea dicho de paso, algunos católicos no es que no sean ecuménicos, es que no son ecuménicos ni con los mismos católicos. El ejercicio de la teología requiere de racionalidad, de flexibilidad, de agilidad. No se puede hacer correr como una gacela a un viejo de ochenta años con las arterias rígidas por arteriosclerosis. Los viejos fanáticos tampoco corren como gacelas (en el campo de la teología), son más dados a pontificar desde la mesa camilla de su salón.

Esa, ciertamente, es otra vocación: la de laico con vocación pontificia. No faltan laicos con vocación de maestros que no pudieron dedicarse a la teología, pero que suplen sus carencias y lagunas con el triunfo de sus firmes voluntades inquisitoriales.

Escuchar a ciertos autores ortodoxos, anglicanos, profesores evangélicos y otros es un placer, porque son dibujos detallistas como los del dibujante que he puesto. Pero escuchar a laicos con frustrada vocación a la Congregación de la Doctrina de la Fe es caminar en un desierto, de donde nada se puede recoger porque no hay nada que recoger.

Eso sí, esos páramos intelectuales son muy proclives a los arbustos espinosos, a las semillas espinosas y, en general, a todo lo que pinche y hiera. Algunos tienen sus particulares nidos de víboras, zonas de escorpiones y alacranes.

Sí, esto es propio de los páramos intelectuales. El veneno y las espinas no son buenos compañeros del quehacer teológico.

Además, algo que he comprobado en mis consultas con los “grandes”, cuando he necesitado consultar algo, es que cuanto más grande es un autor, más accesible, humilde y sencillo es. Más dispuesto está a ayudarte. Sí, la humildad y la sencillez son buenos compañeros de viaje para el pensador teológico.

No penséis tampoco que todas mis piedras van dirigidas a los tradicionalistas neoapocalípticos o a los visionarios lefebvristas de nuevo cuño. Puedo decir lo mismo de los relativistas. Nunca un teólogo invertebrado llegará lejos. Se necesita una cierta consistencia para tener fuerza y saltar y correr. La falta de osamenta lógica, bíblica, dogmática, de un relativista le incapacita de cualquier cosa que sea reptar o recorrer pequeñas distancias pseudoteológicas.

Pero si la invertebración, resulta fatal para el quehacer teológico, tampoco estar dentro del tradicionalista caparazón tortuguil es la mejor solución. No me gusta ni una babosa relativista ni una tortuga con roquete con puntillas.