miércoles, septiembre 23, 2020

Sobre la comunión en la mano en tiempos de pandemia

 


Es un asunto acerca del que he tenido tantísimas consultas que, por fin, me he decidido a escribir algo que dé un poco de luz, aunque solo sea a cien o doscientos lectores. Me escribía una persona:

Estimado P. Fortea:

He visto con interés y provecho su vídeo de YouTube sobre la situación en el Seminario de San Rafael de Argentina.

Sus reflexiones me han ayudado mucho a cambiar planteamientos sobre la obediencia en los que estaba equivocado.

No obstante, creo que hay una cuestión importante al respecto que no ha sido tocada: Comulgar en la boca se trata en varios textos de la Santa Sede (entre ellos, «Redemptionis Sacramentum» o la IGMR) como un «derecho» del fiel. No soy ningún experto en derecho, pero ¿puede un obispo modificar disposiciones de la Santa Sede sin habilitación especial para ello? (entiendo que no, del mismo modo que un teniente no puede hacer a un soldado obedecerle en una orden que va en contra de lo dispuesto por el capitán general). 

Por otro lado, es cierto que la obediencia solo se pueda resistir cuando se ordena pecar, pero también puede ocurrir que no exista obligación de obedecer, porque la autoridad no es ilimitada (del mismo modo que un profesor no puede ordenar a un alumno a qué actividades extraescolares debe ir).

Si pudiera aclararlo en alguna entrada de su blog o responderme le estaría muy agradecido. Si no puede hacerlo, solo le pido que dedique algún tiempo para pedir al Señor por mí, pues atravieso ahora mismo una situación personal complicada. 

Muchísimas gracias por su labor, Padre.


Voy a contestar por partes.

Primero: Sí, es un derecho del fiel. Pero el obispo tiene autoridad para emitir nuevos decretos o simples mandatos en caso de necesidad

El silencio de la Santa Sede (ante los últimos diversos casos de obispos en el mundo que han ordenado la medida de la comunión en la mano) implica que hay un consentimiento tácito.

La misma Congregación que dijo que era un derecho, ahora calla.

Si, en el futuro, la Congregación dijese que no se obligara a comulgar en la mano, eso estaría vigente desde que así se dijese, pero ahora rige el silencio.

Y aquí no vale una declaración a un periodista o en una entrevista de un cardenal, de un obispo o de un monseñor. Cuando la Congregación ordena algo, debe hacerlo por vía oficial y solo es obligatorio cuando consta como orden.

 

Segundo: No solo hay que obedecer al obispo, sino que si, antes de la pandemia, un sacerdote obligara a un feligrés a comulgar en la mano en mitad de una misa, el feligrés (tras manifestar su deseo) debería someterse y no causar escándalo con protestas y menos levantando la voz. Después le ampara el derecho poner el hecho en conocimiento del obispo. Y si no es escuchado, puede escribir a la Congregación para el Culto.

Es decir, no solo al obispo, hay que obedecer al que preside la celebración, pudiendo recurrir después, pues se hubiera conculcado un derecho. Pero la conculcación del derecho del fiel no significa que sea lícito hacer un escándalo en una ceremonia sagrada.

Durante la liturgia, hay que someterse al celebrante que preside en todo lo referente a ritos y ceremonias. Incluso los sacerdotes presentes, se someten al que preside.

El orden eclesial es que uno se somete y después recurre. Es un desorden primero dar un escándalo y después denunciar el hecho.

Una vez me ocurrió que, presidiendo yo una ceremonia, un sacerdote no quiso someterse a una cuestión organizativa. Les dije, en la sacristía, que, durante la misa, no bajaríamos al primer banco a dar la mano a las autoridades civiles. Un párroco de un pueblo vecino dijo de un modo brusco que yo hiciera lo que quisiera, pero que él iba a bajar. No hice ningún escándalo a pesar de que él dijera eso. Era preferible que él desobedeciera e hiciera lo que quería a que los fieles sufrieran el impacto de una disensión pública.

Me ocurrió lo mismo, muchos años después, el sacerdote concelebrante se empeñó en que se hiciera la oración de los fieles, a pesar de que le dije que los días de diario no la hacíamos. Pues me callé y no hice un escándalo. La liturgia es un encuentro con Dios, es un momento de oración, de paz, de comunión. No podemos destruir ese oasis espiritual con la excusa que sea. Siempre cabe el recurso a la autoridad.


TerceroSolo cabría la protesta pública, en mitad de la ceremonia, si el acto, en sí mismo, ya fuera peor que el escándalo: un predicador que negara la virginidad de María de forma abierta, alguien que profanara la Eucaristía, o cosas similares.