jueves, abril 29, 2021

La belleza de las coronas, de la pompa... Salomón, David...

 

Hoy he escuchado una parte de una conferencia sobre Alfonso X. El experto que conocía magníficamente la vida de este monarca se quejaba de cómo ha habido escritores que le han acusado de ser un rey que tenía la mente en los cielos y que, por eso, fue negligente con las cosas de la tierra.

La conferencia dejó claro que el amor a la cultura de este personaje para nada le impidió ser un buen rey. Pero, tantas veces, la gente de siglos posteriores que no le conoció se permite juzgar con un impresionante desconocimiento de los hechos. La mayoría de nuestros congéneres humanos está convencida de que por saber cuatro cosas ya conoce perfectamente a una persona.

La gente razona así:

—Fue un rey muy culto, luego debió descuidar sus deberes.

—Si un padre de familia pasa mucho tiempo en la adoración eucarística, debe prestar poca atención a sus deberes familiares.

—Si una persona lee mucho, debe tener pocas dotes para lo práctico.

El juicio sobre las personas que no conocemos, las más de las veces, suele fundarse en un ramillete de criterios infantiles. Y después se defiende la postura que se ha tomado con todas las fuerzas, contra viento y marea. Así somos los humanos.

Los periodistas normales hacen esto continuamente en los debates. “No puedo estar investigando continuamente antes de abrir la boca”, así que sacan conclusiones apriorísticas.

Cuando murió una persona muy famosa de España, sacaron el trozo de un programa en que una periodista (de las más famosas de la nación) le acusó de actos miserables, no delictivos. Cuando se probó que eso era falso, también se probó que la periodista había actuado con la mayor irresponsabilidad, a la hora de hacer las acusaciones. Pero la periodista lo arregló todo con unas lagrimitas y levantándose y pidiéndole un abrazo a la agraviada.

Sí, no solo la gente en general, también son muchísimos los periodistas que son unos irresponsables. Los medios cada vez premian más la irresponsabilidad.

Me hizo mucha gracia lo de esa periodista de la que he hablado. Unas lagrimitas que me sonaron a falso. Tampoco se las vi. Solo vi el gesto de mojar la puntita del pañuelo en la comisura de los ojos. Pero, en ningún momento, reconoció que había actuado mal como periodista, en ningún momento le pidió perdón. Se limitó a levantarse y decirle que se dieran un abrazo. ¡Pero si no había que hacer ninguna paz! Solo tenía que reconocer que había dado noticias falsas. Pero no, no lo reconoció.