jueves, abril 22, 2021

Mentes pensantes, intelectuales, expertos en Derecho Constitucional, ¡uníos!

 

Un tema que he mencionado, de vez en cuando, es que nuestros gobernantes, los del mundo, los de todo el mundo, no son los primeros de la clase. Hay excepciones, claro.

A eso hay que añadir que, además, encima, muchos son malos. Dan discursos, acarician la cabecita de los niños, sonríen; sobre todo, sonríen.

Pero hoy he acabado de ver un documental acerca de cómo actuaron los líderes europeos en la guerra yugoslava: la fotografía de la moralidad de nuestros gobernantes ofrece un retrato desolador. Nunca una guerra se pudo haber acabado de un modo más rápido y fácil, pero... nadie quiso problemas. En cuanto se pusieron manos a la obra, la guerra se acabó, sin grandes esfuerzos. Nueve años de guerra para hacer lo que se podía haber hecho al principio.

En el documental, aparecía Miterrand: hombre oscuro, maligno. Él sí que intervino, pero para mal: apoyando a los extremistas sembradores de la violencia. Es el mismo hombre que también actuó para mal en Ruanda: apoyando a los extremistas sembradores de la violencia. Hay más oscuridades en la vida de ese político. Solo citaré una: dio asilo en Francia a ETA, con un acuerdo inconfesable y muy sencillo: “Os damos asilo, mientras no hagáis actos terroristas en suelo francés”.

Miterrand fue un hombre muy oscuro, pero no pensemos que no hay más hombres oscuros en las altas esferas. ¿Qué puede hacer la democracia para no favorecer el ascenso de hombres inmorales al Poder? Ya sé que el asunto no es fácil. Pero los expertos deberían analizar la cuestión. Las grandes mentes deberían pensar y repensar este problema, este problema real.

Está claro que hay países que funcionan mejor en este campo de la elección de sus gobernantes, los países escandinavos, por ejemplo. Otros funcionan razonablemente, Irlanda, Australia... Otros funcionan rematadamente mal, por sistema.

No basta con conquistar la democracia, hay que preguntarse por qué en unos países la democracia cae en una espiral de crispación y corrupción de la que no se sale, aunque pasen decenios y decenios. Hay países con democracias disfuncionales de forma endémica: no basta con que alguien deposite una papeleta en una urna. ¿Pero cuál es la solución?

En fin, he escrito estas líneas bajo la impresión del final de ese documental que me ha hecho derramar alguna lagrimita. Los malos gobernantes cuánto mal pueden hacer por acción y por omisión.