Ayer dediqué un post a
compartiros mis impresiones sobre lo que implicaba el sabotaje del gaseoducto. No
me quise alargar, pero ese acto lo que demuestra es que estamos aproximándonos a un precipicio. Dentro de un año,
podemos recordar este momento, cuando las cosas no estaban tan mal.
Hace dos años, no pensé
que Putin supusiera una amenaza para la economía mundial, tampoco pensé que
llegara a hacer las cosas que ha hecho. Pero la chispa de un gran incendio
puede surgir en cualquier lado con condiciones adecuadas: Corea del Norte, Irán,
el Mar de China.
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Hasta ahora hemos tenido
ni más ni menos que una guerra. Pero esta semana se han dado tres pasos adelante en la dirección del
empeoramiento de las cosas: movilización, referéndum y sabotaje. Hay que
entender de que, a partir de cierto nivel, el empeoramiento se acelera.
Por eso hay que dar una
salida a Putin, una salida digna. Ya ha
dejado claro que no va a perder. Prefiere asesinar a todos los ucranianos antes
que reconocer que tomó una decisión equivocada.
Por los mismos ucranianos
hay que aceptar la pérdida de esas regiones invadidas. La cuestión no es si ese
acuerdo es correcto o no, sino si queremos que el resto de los ucranianos sigan
viviendo o no.
La OTAN podría entregar
armas que arrasaran toda defensa rusa en territorio invadido. ¿Pero queremos
que todas las poblaciones ucranianas sean destruidas
con misiles? ¿Acaso Putin no ha demostrado que es capaz de atacar a las
poblaciones civiles?
La cuestión no es si el gobierno
de Ucrania tiene razón. ¡Por supuesto que la tiene! ¡Son los agredidos! La cuestión
es si queremos que siga existiendo una nación llamada “Ucrania”. Putin ya ha
dejado clara su decisión, su inmoral determinación. Prefiere una montaña de millones
de cadáveres antes que decir: “Me he equivocado”.
Ucrania no tendría que
firmar nada. Podría hacerlo la Unión Europea. Ucrania,
sin reconocer nada, dejaría de tratar de reconquistar el territorio
invadido.
El problema es que,
conociendo a Putin, es muy posible que este exija la
firma de Ucrania. Y que, sin esa firma, no acepte un alto el fuego.
Son muchas cuestiones que
tienen que ver con la moral, con los antiguos libros de moral que se estudian en
los seminarios. Aquí ya no importa quién tiene razón (Putin jamás la tuvo),
sino si queremos que siga existiendo Ucrania. O, mejor dicho, si queremos que
siga habiendo ucranianos vivos sobre esa tierra.
Ya sé lo mal vecino que
puede ser Putin, que puede buscar nuevos conflictos en las franjas de tierra
colindantes o crear acusaciones contra Kiev. Pero ahora urge enfriar esta hoguera. No debemos firmar un papel
pensando en una paz de siglos. Debemos pensar en calmar a un hombre irracional,
resentido, que ya ha advertido que está totalmente dispuesto a usar armas nucleares.
Putin no va a
perpetuarse. Su resbalón en la ducha se va acercando. Lo que hay que conseguir
es que no haga ninguna locura en el tiempo que le queda.
Ya sé que alguien dirá
que después de esto será otra cosa. Bien, es cierto, después puede venir con
otra reclamación. Pero es que, ahora mismo, Putin no va a aprender nada, no hay
ninguna lección que podamos enseñar a quien ya está en modo irracional.
Enfriemos una situación cada vez más explosiva y los problemas que surjan en el
futuro ya los afrontaremos cuando lleguen.
Por más que firmemos un
armisticio, la cúpula militar rusa, la oligarquía, los intelectuales sabrán que
Putin ha perdido, que se trata de una firma entre la razón y un monstruo, entre
la democracia y la tiranía, entre el rehén y el agresor. Firmemos. Los rusos se
encargarán del resto. Démosles tiempo.
¿Creo que firmaremos? No.
Creo que vamos a seguir luchando hasta que veamos un hongo nuclear en los
campos ucranianos. Si no ceden, habrá más. Y si continúan, serán las ciudades.
Entonces se nos planteará
la cuestión moral: seguir adelante (y todos salimos perdiendo) o firmar un
armisticio (sacrificando solo una franja territorial). Por favor, no se entiendan mis palabras como las de un frío pragmatismo. Mis palabras buscan que una nación entera no perezca.