Ayer vi entero el
documental de la PBS titulado Lies, politics and democracy, un trabajo
óptimo, un ejemplo de cómo es un documental de verdad.
Una vez más me queda claro que los sacerdotes no debemos inmiscuirnos en la política, por la sencilla razón de que no es nuestro campo. Ahora bien, cuantas veces las decisiones políticas están entrelazadas con cuestiones morales.
Y no me estoy refiriendo ni al aborto ni a temas cuyo contenido directamente entra en conflicto con el magisterio de la Iglesia, sino que me refiero a lo que, a primera vista, parece que es el campo de lo opinable; pero que una mirada atenda y en profundidad nos revela cuán estrecha es la relación con la moral en multitud de cuestiones de apariencia meramente contingente.
Y ya no digamos nada si
la política entra en el campo de lo constitucional. En ese caso, cualquier
decisión será difícil que no tenga una innegable trascendencia ética.
En el funcionamiento
constitucional de una nación hay muchas tonalidades grises entre el blanco y el
negro. Pero hay momentos en los que hay una raya precisa, perfectamente delineada,
entre el Bien y el Mal. Una línea que es imposible atravesarla por equivocación
porque la transgresión conlleva gravísimas consecuencias posibles, se lleguen a
consumar o no.