Hoy me he dado un paseo
con un primo mío. Pensaba estar una hora de descanso tras la comida y después
regresar al trabajo, pero todo ha sido tan satisfactorio que hemos debido estar
dos horas y media. El cielo tenía un color pictórico. Había tantas variaciones
en él: desde el azul claro del horizonte, al azul oscuro sobre nuestras
cabezas; y en otras zonas se percibían variedades diversas de azul.
Y ese color resaltaba increíblemente
sobre los campos dorados de trigo segado. Hasta donde llegaba la vista, las
colinas tenían ese bonito color. Todo era dorado y azul, en un día luminoso,
veraniego. No hacía ni frío ni calor. La temperatura era perfecta.
Pero en varias zonas de
nuestro paseo veíamos desde lo alto la zona que va de Alcalá hasta el centro de
Madrid. ¡Qué panorama! En un momento dado nos hemos sentado en esa altura y se
ha añadido la agradable sensación de un viento fuerte. El viento tenía fuerza,
pero no solo no molestaba, sino que era acariciador, una sensación que se
añadía a la visual. Una sensación que se añadía al sol que caía sobre mi piel.
He hecho propósito de
repetir más veces ese trayecto con mi primo, de sentarme a ver el crepúsculo,
sin prisas.