Tras tres años, hoy ha
sido el primer día sin mascarilla en el hospital. La mayoría de los que han
venido a las consultas seguían llevando mascarilla, pero los médicos y
enfermeros todos se la han sacado desde el primer día, todos.
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Un aspecto interesante
que tiene estar ya casi diez años trabajando en un hospital es que, al
recorrerlo entero, en todas sus especialidades, uno acaba teniendo una visión
de conjunto de lo que es la enfermedad humana. Es decir, la comprensión de la
enfermedad como un todo grupal. Y sobre todo se tiene una mejor idea de la
vejez y de lo que es la etapa final hospitalaria.
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Alguien puede pensar que
el capellán sostiene profundas conversaciones con los pacientes acerca de Dios
y del más allá, pero no. La labor del capellán, hoy día, consiste en una
presencia. Está presente, todo el mundo le ve, es la presencia de lo
espiritual, todos los días, por todos los pasillos. Pero no hay grandes
conversaciones, profundísimas; alguna sí, como excepción.
Precisamente, por estar
presentes, los capellanes se convierten en una fuente de gracia para algunos
moribundos. La gracia llega a los que ya están inconscientes. Sin duda, algo
espiritual toca sus almas. Presencia y fuente de gracia.
No creo que más de cuatro
de cada cien pacientes reciban la unción de enfermos conscientes. Los familiares
esperan no solo a que no puedan enterarse, sino que aguardan a que sean los
últimos momentos. De ahí que cuando nos llaman no importa que lleven dos
semanas en el hospital, el capellán es requerido cuando el médico dice la
famosa frase: “Puede morir ya en cualquier momento”. Por eso nuestras llamadas
son siempre urgentes.
Nunca les echo en cara
tener que ir a las diez de la noche, cuando le queda una hora de vida, porque
prefiero ir por la noche a que no me llamen. Prefiero que me llamen en el
último momento a que no llamen. Una gracia vendrá a ese hijo de Dios, por eso
me tomo el esfuerzo.
Y digo “una gracia vendrá”
porque si recibe el sacramento inconsciente (y no estaba en gracia de Dios),
esa gracia se puede aceptar o no. Es decir, en ese caso, el sacramento no
significa la salvación de forma indefectible. Si están conscientes y aceptan el
sacramento (con lo que ello comporta), sí que se salvarán. Normalmente ya no
tienen fuerzas para hacer una confesión, pero sí para recibir la absolución de
forma consciente.
Aun así, estoy seguro de
que el efecto de la extremaunción (me gusta llamarla así por razones que explico
en La magna unción final) sí que
puede suponer la diferencia entre la salvación y la condenación en muchos casos
que la reciben inconscientes sin estar en gracia de Dios.
Si los descreídos
pudieran preguntar directamente a Dios si es importante este sacramento, Él les
diría: “Si supierais lo importante que es, los impresionantes efectos que
produce, leeríais para recibirlo conociendo más la teología que hay detrás de
él, os prepararíais con oración durante varios días, os confesaríais con todo
arrepentimiento, y en la fase final de la enfermedad pediríais este misterio
sagrado para recibirlo con el mismo fervor que un sacerdote recibe su
ordenación sacerdotal, pues no en vano vais a atravesar el velo del más allá”.