Gracias a Dios, esta
mañana me he levantado sin fiebre. La alegría que he tenido al ver mis 35,2º en
el termómetro. Sí, no os asustéis, siempre me levanto con 35,4º o unas décimas
menos. Esa es la razón por la que siempre he hablado de grados de fiebre, pero
no decía la cifra concreta.
Ahora ya me siento
restablecido, muy débil todavía. Esto ha sido tan duro que en dos días he
perdido dos kilos de peso. Todavía no me atrevo a salir a la calle, pero ma
ñana
espero que sí. Nunca había sufrido una fiebre que me hiciera sentir tan mal.
Salvo una vez, la segunda que tuve la COVID, pero que me duró solo algo menos
de un día.
Hubo momentos breves en
que me sentí muy mal, pues a la fiebre se unía el dolor de cabeza.
Afortunadamente, como tenía tanto sueño, me pasé buena parte del día durmiendo.
Tenía miedo de que por la noche me durmiera. Pero no, era meterme en la cama, y
dormirme al instante.
Había momentos en que
tiritaba de frío. Lo cual me provocaba un cierto placer sabiendo que los demás
estaban pasando mucho calor en plena canícula. Pero, en la mayor parte de la
jornada, el calor del verano no es un buen compañero para la fiebre alta.
Mi alimentación estos dos
días ha sido leche con cereales, los copos maíz de toda la vida. Me costaba
muchísimo comer, por poco que fuera. Hoy ya me he animado a tomar un caldo de
arroz.
Os agradezco, a todos,
vuestras oraciones. De verdad que en el cielo sabréis la relación entre
vuestras plegarias y los resultados.