lunes, junio 06, 2022

El Yo de Dios y el yo del hombre


Hace varias semanas hablé del Yo de Dios frente al yo del hombre. Hoy he encontrado que había escrito algo más sobre ese asunto. Lo pongo ahora:

El cristianismo ofrece una relación perfecta entre el yo y el Yo de Dios. Esa relación se basa en la verdad, es decir, en lo que son las cosas.

Adecuarse a la verdad tiene repercusiones en el modo de relacionarse el propio yo con el resto de yoes. No es más libre por prescindir de la verdad. No se es menos libre por someterse a la verdad. El cristianismo es el reconocimiento del ser de las cosas. Es el reconocimiento, la aceptación, la obediencia tras la revelación, tras la manifestación, tras el resonar de la palabra de un Yo Absoluto.

Es cierto que si en el universo no existiera un Yo Infinito, en ese caso el propio yo se podría convertir en medida de toda verdad. Sin una referencia absoluta e incuestionable, la referencia pasaría a ser relativa.

El cristianismo ofrece cómo ha de ser la relación entre yoes, hablemos de la propiedad privada (Rerum Novarum) o de la sexualidad (Humanae Vitae), porque de la relación entre el yo y el Yo surgen ramificaciones, conclusiones y gradaciones entre lo ilícito, lo recomendable y lo perfecto.

La relación entre el yo y el Yo tiene infinidad de consecuencias, pero hay que admitir que en esa relación entre el yo y el Yo, es el Yo Infinito el que determina esa relación entre dos sujetos. Un Yo Absoluto determina de forma absoluta esa relación, no puede ser de otra manera.

Prescindir de la verdad implica, antes o después, el choque con la realidad. Ese choque ocurre por el lado del mal, pero también por el lado del bien. Y es que, en el cielo, el ingreso a la visión del Yo Absoluto siempre será un impacto, un choque ontológico, entre la una Realidad de Dios y la minúscula realidad del propio yo. Antes del cielo cualquier relación entre los dos yoes debe partir de la aceptación de ese hecho.

La libertad que presenta el cristianismo no es solo “un yo”, sino un “yo y un tú”. Eso es así hablemos de la paz en el hogar familiar o de Derecho Constitucional. La libertad frente a la Ley de Dios es la armonía perfecta con ese Tú Divino. Es una libertad “en” la Ley de Dios, no “frente” a la Ley de Dios.

El pagano se coloca frente a la Ley de Dios y la examina, y llegará a sus propias conclusiones. El cristiano se inserta en esa Ley de Dios. Esa ley no se entiende ni se vive como algo que coarta, sino como la expresión de la verdad de la realidad. Someterse a la Ley de Dios, por duro que pueda ser en determinados momentos, pasa a ser el modo de evitar el choque con la realidad. Someter el yo al Yo, al final, siempre, es lo mejor, sin excepciones. El sometimiento a la realidad no admite excepciones.

Normalmente la no aceptación del ser de las cosas (esto engorda, debo hacer ejercicio, no abuses de esto) suele implicar aspectos no muy graves, decisiones de consecuencias no muy graves. Pero la no aceptación puede tener implicaciones inmensas. Hay yoes que han cambiado la historia: Hitler, Stalin, Napoleón. Jomeini cambió el destino de Irán. Un Irán democrático y tolerante hubiera cambiado toda la historia posterior de la región.

A veces las decisiones tomadas por un solo yo cambiarán la vida de millones de yoes durante generaciones. Sabemos que las decisiones del Yo Absoluto corrigen, enderezan, las cosas para que las decisiones malas encuentren una barrera y el incendio sea contenido.

Ahora mismo el yo más poderoso, la voluntad que más poder tiene para hacer virar la historia, es la de Xi Jinping. Ningún ser humano en este año de 2022 tiene una acumulación de poder puro y duro como él. 

La realidad es que hay un Yo Todopoderoso que vela para que este planeta no se convierta en una selva de yoes, una selva regida por la ley del más fuerte, una selva de agresividades, de acumulación de egoísmos, una selva en la que unos devoran a otros: sexualmente, monetariamente, por placer sanguinario.

No nos damos cuenta, pero estamos más protegidos de lo que creemos. En realidad, estamos totalmente protegidos. Cualquier cosa que el Yo permita que suceda, será para bien de sus hijos. No puede ser de otra manera. Todo, siempre, está bajo control. 

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Pongo a continuación lo que escribí sobre este tema del yo hace unas semanas y que ya puse en el blog:

Mi yo frente al Yo de Dios. Lo que determina la relación entre estos dos yoes, entre la independencia de estas dos voluntades, es la verdad. Incluso el amor se presenta a mi entendimiento como verdad. Es la verdad lo que determina a mi yo frente a la total indiferencia en relación al otro Yo.

Sin la verdad cualquier decisión frente al otro sería lícita. O mejor dicho ya no existiría ni licitud ni ilicitud. La relación entre los dos yoes debe basarse en la verdad. Cualquier atentado, deformación, indiferencia con respecto a la verdad tendrá consecuencias en mi yo. Basarse en otra cosa que la verdad siempre acarreará perjuicios.

Y la verdad me llevará a entender que debo encontrar mi yo en el Yo de Dios.

♣ ♣ ♣

El yo puede volverse un agujero negro. Eso se ve muy claro cuando el yo es investido de poder absoluto sobre una nación. Pueden hablar de amor a Alemania, de patriotismo por Rusia, del bien de la humanidad en Camboya (Pol Pot), pero en el fondo es el yo revestido de excusas, de andamiaje, de decorado. Es el yo revestido de un gran decorado, decorado de excusas.

En este tipo de casos se produce un cambio cualitativo en el interior del yo, en el modo de ser del yo, pues el yo cambia. Decía que se transforma en un agujero negro porque todos los demás yoes se sacrifican al propio yo, se miden por el propio yo. No hay límite en la cantidad de yoes que tengan que ser aniquilados por mi yo. Este tipo de sujetos no piensan en la otra vida. Creen que los envían a la nada. Y a pesar de creer eso, lo hacen sin dudarlo.

¿Y si las cosas salen mal? Este tipo de yo no admite que pueda acabar en una celda tras una sentencia de un tribunal internacional. Si las cosas salen mal, están convencidos de que tienen una salida siempre a mano: la aniquilación. Si tanto dolor, si tanta aniquilación ajena (a veces decenas de millones de yoes), no sirviera para nada a la postre, ¡mi yo dejará de existir!

Lo que no se admite es que el yo sea confinado a los estrechos márgenes de la realidad, una celda. Si una nación entera se vuelve estrecha para ese sujeto, una celda no entra dentro de lo admisible. Como el yo no admite la realidad, piensa que siempre le queda la escapatoria de la realidad, la nada. El final de este proceso es que tras enviar a la nada a muchos yoes (así lo piensa el tirano), el mismo yo se arroja a la nada. Un final previsible para ese conflicto entre realidad y yo. Así se evita la aceptación de la verdad, el choque entre la objetividad de la realidad, y el subjetivismo del individuo.

El que ha ido repartiendo muerte acaba siendo invadido por la muerte. En esa expansión del propio sujeto, en la que la nación se queda pequeña, siempre acaba habiendo un choque con la realidad. Y es esa realidad la que no se admite.

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Es interesante que soy un yo, y Dios es otro yo, aunque en su caso hablemos de un “Yo”. Pero la mayúscula no nos debe despistar, está totalmente justificada; pero, al fin y al cabo, es un “yo”.

Él y mi persona somos dos yoes. Por muy poca cosa que sea mi persona, por poquísima cosa que sea, soy un yo. Por grandioso que sea el Ser Infinito, es un yo. Toda mi poquedad y miseria no me quita el que ahora mi persona sea un yo. Toda su grandeza puede ser infinita, pero Él es un yo, y mi persona es otro yo. Lo repito: somos dos yoes.

Esto no peca de falta de respeto, porque es Dios mismo el primero en tomárselo en serio. Si alguien se toma en serio el “yo” que no es Él, es precisamente Dios. El Yo que es el Altísimo jamás anula al yo de la criatura.

Impresionante, con todo lo grande (ontológicamente) que es Él, es un Yo. Y con todo lo pequeño que soy, soy un yo, auténtica y verdaderamente. Y Dios nos asegura en su Palabra que mi yo seguirá existiendo siglo tras siglo, para siempre. El Yo divino no suprimirá mi existencia siendo yo.