La futura publicación del
libro de memorias de monseñor Ganswein se ha convertido en una ominosa noticia para
algunos, para otros en causa de futuros gozos.
Dejando claro que lo que
es pecado decirlo, también lo es escribirlo; dejando claro que hay que tratar a
todos con delicadeza, con caridad; yo estoy a favor de que las autobiografías
sean sinceras.
Insisto en que todo debe
tratarse con exquisita caridad, pero revelar las causas de pasadas tristezas me
parece consustancial con una biografía sincera. Soy consciente que hablar de
las tristezas que jalonan una vida es hablar de personas, supone contar
episodios. Mi consejo es, en caso de duda, consultar con hombres de criterio
seguro, de gran vida espiritual: qué contar, cómo contarlo.
Lo que está claro es que
una biografía que se limita a narrar felicidades y que todos los compañeros fueron maravillosos
y que cada día fue un gozo mayor que el anterior… es la fórmula al desastre,
literariamente hablando.
Las biografías
eclesiásticas corren el peligro de ser tan aburridas como un acta notarial: se levanta
acta de los sucesos y ya está. Otro peligro es convertir la biografía en un
sermón. La Apología pro vita mea del cardenal Newman pasará a la
historia como una de las vidas más tediosas jamás escritas. Tenía muchas cosas
que contar; vaya que si tenía. Pero optó por centrarse en lo aburrido, y dentro
de lo aburrido escoger lo más aburrido.
Cualquier cosa que diga monseñor Ganswein va a provocar seísmos en la Iglesia, eso requiere una valoración moral detenida, cuidadosa. Escribir puede hacer daño.
Pero tengo
plena confianza en ese monseñor. Sé que estará a la altura de las
circunstancias. No tengo la menor duda de que actuará con responsabilidad moral. Teniendo en cuenta
esto (teniéndolo muy en cuenta), será apasionante conocer sus tristezas, las
cosas que le defraudaron, las traiciones de los amigos, las zancadillas de los
que le rodearon, la profundidad de su alma, su relación con Dios.