martes, enero 31, 2023

Un techo de la mezquita-catedral de Córdoba

 

Llevo varios meses con una persona que me viene siempre a la memoria. ¿Por qué todos tenemos a alguien que se convierte en una cruz para nosotros? Parece que sería fácil hablar, comprenderse mutuamente, tener una buena relación.

Pero lo cierto es que por más buena voluntad que haya en una de las partes, hay siempre alguien que se convierte en un muro infranqueable. La persona se transforma en una muralla de piedra dura. Frente a nuestro “sí” sencillo, bondadoso, nos encontramos con un “no” férreo.

En esas situaciones, fácilmente, hay un bueno y un malo, porque no es que los dos se hagan daño, sino que hay uno que hace sufrir al otro, y el otro sufre con paciencia, en silencio.

¿Pero es tan fácil saber quién es el malo? En muchos casos, sí. Uno obra, el otro se limita a sufrir las consecuencias.

Por supuesto que hay muchas relaciones en las que los dos se hacen daño recíprocamente. Pero en otros casos la maldad de uno se encuentra meramente con el dolor del otro.

Por supuesto que Dios no puede permanecer indiferente ante esto. En una situación así, el Todopoderoso no puede no hacer nada. Cuando llega el momento, actúa. Dios siempre obra. La existencia de cada ser humano, con sus alegrías y tristezas, forma un tapiz. Ese tapiz está urdido por las decisiones humanas entrelazadas con las divinas. Ese tapiz muestra la justicia de Dios, sus consuelos, sus decisiones. La sentencia de Dios es ese tapiz, compuesto de infinidad de sentencias menores, parciales, temporales.

La persona mala es castigo para sí misma.