Quizá esta sea la foto
que más me ha conmovido en mi vida. Es la muerte en 1990 de un enfermo de SIDA.
Sé que lo voy a decir es un lugar común, pero no dejo de ver el rostro de Cristo bajado de la Cruz en la cara del joven difunto. La cara de la hermana pequeña es de curiosidad respetuosa. Se nota que es la primera vez que mira cara a cara a la muerte. La primera vez que presencia ese momento misterioso. La cara es de curiosidad, eso es evidente.
La madre está más serena, quizá ya lloró en los días anteriores. Pero el padre…
el padre es la viva imagen del amor.
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Los que seguimos a Jesús
como representantes suyos debemos recordar que lo más importante es el amor. A
veces el amor a la Iglesia puede enmascarar un poco la falta de amor al prójimo.
A veces un supuesto amor a Dios puede ser la excusa ante la evidente carencia
de amor por el que tengo delante.
Podría contaros historias
de sacerdotes y otras jerarquías con mucho celo, sí, mucho celo. ¿Pero ese amor
a Dios tan supuestamente grande se veía reflejado en un buen trato al prójimo?
Queridos laicos, tantas veces sobrepasáis a tantos clérigos en lo que realmente importa. Para un diácono, presbítero, obispo o cardenal es fácil que la caridad se convierta en una palabra, en una rutina sin corazón. Tenéis que ayudarnos. Os predicamos, pero tenéis que ejercer otro tipo de predicación vosotros.
Aun así, aunque nos prediquéis, tened un poco de comprensión con nosotros.