viernes, agosto 07, 2020

El padre Fortea de vacaciones

 

Estoy acabando el penúltimo tomo de mi vida de san Pablo. Y os puedo decir que ahora, a la mitad de mi existencia, tengo una visión de lo que significó el primer Herodes (el Grande) y el segundo Herodes (Antipas) en el escenario del Evangelio. Durante los años del seminario, ambos personajes eran dos luces que se encendían y apagaban en dos momentos, sin mayor importancia. Ahora, por fin, veo la extensión de la sombra de esas dos figuras. Activo el primero en la trama de la vida de Nuestro Señor. Influyente por omisión el segundo, pero influyente en la decisión que tomó. Su omisión era el resultado previsible de toda su carrera como tetrarca.

Nunca me imaginé que la corte herodiana tuviera una riqueza de tramas tan impresionante como la que se desprende de los estudios actuales. Y es que la figura histórica de los reinos clientes resulta apasionante. Y el que mejor se conoce es el reino-cliente de Judea y la tetrarquía subsiguiente.

Yo abordo ese mundo herodiano solo como marco del personaje de mi novela, el apóstol. Pero es lógico que hayan aparecido y sigan apareciendo novelas centradas en esa estructura decadente, tambaleante, insegura, pero resiliente que fue esa dinastía. Ahora, estoy al final del tercer viaje de Pablo, cuando llega a Jerusalén en tiempos de Herodes Agripa II que no fue rey de Jerusalén, pero sí del Reino de Calcis.

Hace muchos años, siendo seminarista, leí Claudio el dios, de Robert Graves. En la novela, aparece con frecuencia la figura del Tetrarca. Pero tuve la sensación de una novela desmañada, que daba bandazos, que era una mera acumulación de textos que había encontrado el autor. Ahora la leería de otra manera. También leí (mejor dicho, comencé a leer) El trono maldito sobre el primer herodes, se me cayó de las manos.

Las instituciones decadentes, las instituciones convencidas de su único propósito de pervivir un poco más, de salvar lo que se pueda del naufragio, viven en su propia melancolía, en la propia convicción de su impotencia propia. El Régimen de Vichy fue un ejemplo de Estado Vasallo en pleno siglo XX. Los romanos fueron muy pragmáticos a la hora de ahorrar efectivos humanos en reinos donde su imperio fuera recibido con oposición generalizada. Y crearon una arquitectura de reinos fronterizos muy inteligente. Ahora, leo el Evangelio y Hechos con otros ojos cada vez que se menciona a un Herodes. Incluso cuando me imagino a Jesús o san Pablo paseando por Jerusalén, la huella de esta dinastía resulta inevitable en esas composiciones mentales.