Hace unas semanas, llegué
a la conclusión de que a las almas bienaventuradas les gusta que sus cuerpos
reposen en un lugar bonito, un lugar que permita la meditación acerca de la
vida eterna y la resurrección. No estimo que ese asunto les sea indiferente. Antes creía que sí, pero un
cementerio levantado con fe es como una predicación.
Voy a poner varias
fotografías. Alguien me dirá que esas fotos son muy bonitas, pero que la
necesidad de espacio sería excesiva. Hay una solución, que en la superficie los
cementerios sean como los de las fotos; y que, al cabo de diez años, los restos
(mucho menos voluminosos) sean enterrados en el terreno donde, posteriormente,
se colocarán las losas y panteones. Las urnas pueden disponerse con muchos
niveles hacia abajo. Sin nichos, completamente rodeadas y cubiertas de tierra.
De esta manera, estos preciosos cementerios podrían contener tantos restos como
los actuales. La otra solución es colocar esas urnas en grandes contenedores de
urnas en forma de torres (cilindros bajos, no muy altos) o de cualquier otra
forma que embellezca el cementerio. Allí las urnas llenarían completamente la “torre”,
sin pasillos; buscando con ello que cupieran muchísimos en ese cilindro.
De esta manera,
tendríamos la belleza de los cementerios de la foto y las ventajas de la economía
de espacio. Sería muy recomendable que los camposantos fueran lugares habituales de oración, donde los cristianos fueran a pasear rezando el rosario por todos los difuntos.