No se permitieron protestas en el recorrido del cortejo de coronación de hace unos días. Las leyes consagran el derecho
a manifestarse y protestar. Pero la ley debería ser durísima con el que rompe
la paz de determinados actos. Nadie debería ser tan malvado como para “reventar”
un funeral o una boda.
Ahora mismo puedes montar
un escándalo en una ópera, en un concierto o en una representación de teatro, y
lo único que puedes hacer es sacar de la sala a esa persona. Eso no es justo. Y
menos cuando hay grupos ultraprogresistas que se han dedicado de forma
sistemática a hundir los actos de los que no piensan como ellos.
Mucho peor (y hay vídeos
en Youtube que acabo de ver) cuando una persona arroja un vaso de café (o lo
que sea) en la cara de un político, o una tarta o bolsas de harina. El que haya
algo así debería ser castigado con dureza proporcionada al mal que provoca.
Hace poco, unos manifestantes
arrojaron agua coloreada (para representar sangre) sobre las columnas del Congreso
de los Diputados. No todas las manchas pudieron ser sacadas de la piedra. Lo digo
porque estuve allí una semana después y pregunté acerca de esto.
Dejar las protestas ajenas
a cualquier restricción que marque el sentido común es un error, pero es lo que
siempre han deseado las izquierdas radicales. Creen que así estará más
protegido el derecho a manifestarse. Pero no se dan cuenta de que cuando las
cosas no se regulan según los límites del sentido común, cuando llegue un dictador,
con la excusa de poner unos límites razonables, podrá ir más allá de lo
debe.