Dos parlamentos me
parecen estéticamente los mejores: el británico, en estilo antiguo; el alemán,
en estilo moderno. Con mención muy elogiosa del parlamento vasco.
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Los hechos de los últimos
días, relativos a la venta de votos por correo, me han llevado a replantearme una parte de mi libro La decadencia de las columnas jónicas. En ese libro, explicaba yo
que en las elecciones generales se puede votar por cualquier ciudadano español,
ya que deja de haber candidatos oficiales: cualquier ciudadano puede votar a
cualquier ciudadano español que sea mayor de edad.
Como solo el que obtiene
el 1% de los votos pasa a ser congresista, los que obtienen menos de ese
porcentaje pueden dar sus votos al que consideren más adecuado. Lo que se
pretende con tal medida es que esa agrupación de votos, esa lenta decantación,
logre que se acabe sumando un 1%.
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El problema —que ya me vino a la mente en su momento, pero que ahora observo con más preocupación— es que la idea es
buena, pero ofrece demasiadas posibilidades de que alguien reciba
contrapartidas (económicas o de otro tipo) a cambio de los votos.
Sé que muy pocos habrán
leído ese apartado de mi libro, pero si alguno quiere ofrecer un consejo se lo
agradecería; porque, de verdad, me encuentro ante una idea que, en abstracto,
pienso que revitalizaría la democracia, pero que no deja de tener un notable
peligro de corrupción.
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Antes de escucharos a
vosotros –pues ya le he estado dando vueltas—, creo que las ventajas de la candidatura universal que propuse supera a los peligros.
Las ventajas de poder
votar a cualquiera sin límite superan a los inconvenientes de un pequeño
porcentaje de receptores de votos que los entreguen, por motivos espurios, a
otros candidatos.