Como es habitual, aunque
no siempre lo mencione, sería reiterativo, agradezco a los comentaristas de
este blog que nos hayan iluminado acerca de algunos puntos que desconocía, cuando
vi la ceremonia.
Por ejemplo, Pablo Cuenca
nos ha iluminado que el Kyrie fue cantado en gaélico.
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Ha sido toda una preciosa
enseñanza para la sociedad británica y para el mundo que el jefe de Estado de
una de las naciones más poderosas del mundo acompañe su acceso al rango con una
ceremonia religiosa, rodeado de oraciones, pidiendo a Dios, honrándole. (Sea
dicho de paso, si no recuerdo mal, hablo de memoria, el mercado londinense
contrata el doble de millones de dólares que el de Wall Street. El de Shanghai
está todavía más por debajo).
Y elogioso también el que
todos los creyentes en Dios se unieran en esa ceremonia, de un modo u otro.
Todos los adoradores del Creador estaban presentes, de un modo armónico. Los
judíos se congratulaban de la presencia judía en esa coronación. Magnífico. Un verdadero
acto de culto social.
No me hago ilusiones, los
últimos restos públicos, oficiales, supervivientes de una sociedad cristiana
serán borrados en un decenio.
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Por la tarde, el día de
la coronación, pude celebrar missa sine populo. El verdadero Rey de
reyes. El que tiene todo el poder. En la misa, está el verdadero Trono Supremo.
El altar se convierte en centro del universo una vez que se produce la
transubstanciación. Pero haber presenciado un ritual medieval de coronación me
ayudó a entender la grandeza de este otro ritual eucarístico.
Celebrar en una iglesia
vacía (con un asistente), un templo del siglo XVII, a la luz de las velas, sin
una sola bombilla encendida, en medio de ese silencio, es una experiencia mucho
más profunda que la ritualidad más externa de una coronación.