Continuando los posts
anteriores. Resultan llamativos los discursos de algunos eclesiásticos de alto
rango al hablar del tipo de sacerdote mencionado en los pasados días. Para
ahorrar palabras, vamos a llamarlos derepti (derrumbados, en
latín) en plural, o dereptus en singular.
Al dereptus se le
aplica la expulsión, cuando más que nunca necesita el acogimiento, el seno que
le abraza con amor. Tanto más amor cuanto mayor sea su lamentable estado.
En el sacerdocio, una cosa
es el ejercicio del ministerio pastoral y otra
el ejercicio del ministerio consagrado. En la
Iglesia debemos cuidar de las cosas sagradas, porque es el modo en el que
manifestamos nuestro respeto a Dios. Si cuidamos extraordinariamente de lo sagrado
manchado, mucho más entenderemos lo sagrado refulgente.
Veo una cierta confusión
entre justicia, ministerio consagrado y acogimiento. Parecería que solo palabras
como pena y expulsión sean la respuesta adecuada. No lo olvidemos, hay que
ayudar al más necesitado. A veces, estas personas son las más necesitadas.
“¡Pero fue por su culpa!”.
El hecho de que fuera así no quita que sean los más necesitados, los más
enfermos, los más ciegos, los más leprosos.
Siempre concebí esas
casas de reclusión sacerdotal como lugares de penitencia. Lugares con apariencia
de severo monasterio. Ahora me doy cuenta de que, una vez pagada la pena civil (en
una cárcel), la estética puede ser la dicha (monástica), pero el ambiente debe
ser de hogar, de familia.
No solo de familia, pues
hablamos de almas débiles, sin virtudes; y eso requiere unos superiores con un
cierto espíritu militar, y una cierta disciplina de cuartel. Sin ese rigor, la
casa caería en las continuas desobediencias y faltas de respeto.
De ahí que esos superiores
tengan que alternar y combinar la vara (espiritual) y el abrazo (paternal). Eso
implica también la aplicación de castigos. Siendo el mayor castigo la
expulsión. Nadie estará allí si no es por su voluntad.
Tendría que haber, sobre
todo al principio, en la fundación, una cierta proporción entre derepti
y sacerdotes y hermanos que están allí para ayudar. Al principio, hasta crear
el ambiente espiritual ideal, los derepti no podrían ser más de una
tercera parte.
Con los años, en la medida en que se regeneraran, los veteranos podrían ayudar
a los nuevos.
La casa de reclusión
tiene que convertirse en un lugar para comprender, un lugar medicinal: el mismo
lugar es una medicina para el alma. Un lugar que es su nueva familia. Un “monasterio”
donde ejercer su ministerio como consagrado: concelebrando, escuchando
confesiones (los que se vea adecuado que pueden hacer tal cosa), realizando
otros apostolados sin salir del edificio. Por supuesto, con trabajos manuales:
carpintería, horticultura, limpieza, cocinas, etc.
¿Por qué todo esto? Es fácil
tratar bien al bueno. No es fácil tratar bien al malo. Si se logra crear una
casa así para los derepti, esta se transforma en sermón, en incienso, en
todo un símbolo. La cárcel penal frente a la reclusión espiritual. Los muros
impuestos de la cárcel, frente a los muros aceptados de este lugar.
La pretensión de la venganza,
frente a la conciencia de que cabe un nuevo comienzo. Hasta ahora se piensa que
solo cabe la dureza. Que cualquier otra cosa que la dureza es algo malo.
El mal en grado inmenso
es un misterio. Esta casa sería un lugar para afrontar ese misterio. Un lugar
donde reunir varios abismos.