Estos días estoy leyendo
la Didajé. Sigo con mi propósito de leer todos los escritos de la época
apostólica.
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Hoy he concelebrado con
el obispo en la catedral, el segundo día de las témporas de acción de gracias.
Pienso que, en esta
precisa coyuntura, habría que replantearse, integralmente, la economía de toda
una nación como España. No se puede esperar a que mejore la economía para que
no haya paro. Llevamos esperando toda una vida. Creo que ya es momento de
intentar algo nuevo.
Por otra parte, la
economía debe ser libre. Pero, al mismo tiempo, una economía que no sea
encauzada y racionalizada puede acabar empleando muchos recursos para
“producir” falsos bienes, bienes que no producen ningún verdadero beneficio a
la población.
Pongo un ejemplo claro,
las distintas empresas telefónicas de España emplean muchos millones de euros
en campañas, propaganda y cosas similares para vender un producto que es,
esencialmente, igual al de las otras compañías. Cuando la única compañía
telefónica que existía en España era monopolio del Estado, no funcionaba peor
que ahora y todos esos recursos eran ahorrados para emplearlos para otros fines
que redundaran en el bien común. Se empleaban los recursos necesarios y la
nación se ahorraba todo el “envoltorio”, todos los “lazos decorativos”. El
envoltorio y los lazos los pagamos entre todos.
Cuando se pagan fortunas
en honorarios a futbolistas, los pagamos entre todos. Es cierto que el futbol
es hoy día un negocio y que los sueldos forman parte de ese espectáculo. Ahora
bien, todas esas fortunas empleadas, realmente, no producen nada. Es humo y
solo humo. No sé cómo habría que reformar ese entramado, solo digo que no
producen nada más allá de un círculo vicioso de fama y demandas populares innecesarias
hacia ciertos jugadores en concreto. Son miles de millones de euros tirados al
mar, que no producen más que un beneficio ilusorio.
Otro ejemplo, hay marcas
de cremas muy caras que funcionan exactamente igual que otras baratísimas. Pero
la marca cara se ha hecho un nombre y lo mantiene a base de propaganda, aunque
su producto, en realidad, no supone un beneficio verdadero, sino solo imaginado,
frente a cremas más baratas. Dígase lo mismo con ciertas marcas de ropa, de
bolsos, de zapatillas deportivas. Solo se paga la marca.
¿Qué hay que hacer?
Bueno, el modo en que la economía se reforme es algo que debería ser evaluado
por los expertos. Pero la economía de un país podría acabar, algún día (es una
hipótesis), dedicando el 80% de los recursos a la “producción” de bienes
ilusorios.
La idea de que la
economía abandonada a sí misma encontrará el camino no siempre es verdad. Las
fuerzas del libre mercado podrían llevarnos a, por ejemplo, dedicar la mayor
parte de los recursos económicos a cuidar del embalsamamiento de los muertos o
locuras de ese tipo. En Egipto, hubo una época en la que una grandísima partida
del gasto público tenía que ver con el cuidado de los muertos.
Con un paro y una pobreza
como la que vamos a tener es hora de plantearse en qué se emplean los escasos
recursos de los que vamos a disponer, sin pensar ilusoriamente que la economía
por sí misma regenerará todo. Me limito a lanzar una pregunta para la que no
tengo todas las respuestas: hay que replantearse integralmente la economía.
Aunque, ciertamente, no puedo pensar en otra cosa que en un cierto neokeynesianismo.