Hace unos días, compré
una berenjena, una de esas negras que parecen una antigua porra de policía. No os
podéis imaginar lo que cunde una berenjena. Yo creo que he estado comiendo berenjena
durante una semana. Yo cortaba unas cuantas rodajas y nada, la berenjena no se acababa. Siempre seguía quedando.
La primera vez que cociné
una berenjena pensé que se cocinaba igual de rápido que un tomate y cuando la
probé vi que estaba dorada por fuera (la hice a fuego rápido) y cruda y dura
por dentro. Como ya me había sentado y la había puesto de guarnición a la carne,
me la comí, más bien como mortificación. Por alguna razón, me sentó muy mal. Me
sentí realmente mal hasta que me fui a dormir. Lo que no sabía es que la berenjena
cruda tiene una sustancia que es tóxica.
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Me he comprado un
recortador de barba. Cada vez que quería retocarla, el resultado era tan desastroso
que me la tenía que afeitar del todo.
Es cierto que me da un
aire a san Juan Crisóstomo. Aunque no me cae del todo bien ese santo vehemente.
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Ayer fui a comprar al supermercado.
Tenía un vale de descuento. Cuando lo presenté al cajero, me hizo reparar en la
letra pequeña. Todo el vale estaba escrito en letra pequeña, esa era todavía
más pequeña. El descuento era solo para algunas secciones del supermercado.
Había comprado muchas cosas, pero ni una de todas esas secciones. Como caducaba
pronto, me dijo: No se preocupe, por la compra de hoy, tiene otro vale de
descuento.
Le contesté: Pues como
sea un descuento en la sección de taxidermia y funeraria, me voy a quedar como
hoy.