La foto es de hace cuatro días, en la sala capitular de la catedral, me la hizo el penitenciario. Una y otra vez repitió que le recordaba a un padre de la Iglesia. Fue él el que insistió en hacer la foto. Le di la razón (con convicción) en cuanto al parecido.
Hoy (11 de octubre) cumplo 52 años de vida. Ayer, por la noche, releí unos pasajes del final de la
vida de Memorias de Adriano. Por la mañana, fui al hospital. Una persona
en la misa. Varias comuniones. Ninguna unción. Dos pasillos de coronavirus y
uno de cuarentena.
Después he ido a comer con
una querida familia. Cuando me han invitado, ellos no sabían que hoy era mi
cumpleaños. Después de tan agradable comida, me ha entrado un poco de sueño en
el sillón. Esa escena de un cura con sotana al que se le cierran los ojos ofrecía
una imagen avejentada del padre Fortea.
Por la tarde varias
llamadas de amigos y familiares. Hemos hablado con mi tía largo rato de
Barbastro, de Barbastro en los viejos tiempos. Me ha llamado mi tía abuela. Más
que preguntarle si se acuerda de la Gripe Española, debería haberle preguntado
si se acuerda de la Guerra Franco-prusiana.
A los 52 años, me
pregunto que si desapareciera, qué dejaría detrás de mí. Más allá de los efectos
de los sacramentos y de las conversaciones que he tenido, charlas personales,
breves y largas, dando consejo, ánimo, confesiones, con niños de catequesis,
con moribundos, pienso que dejaría mis libros. Más allá del efecto que haya
hecho en las almas, creo que he dejado una obra personal, muy personal, una
región literario-teológica donde adentrarse. Miles de páginas que alegrarán la
vida de alguien en algún lugar. Mis libros serán causas que producirán efectos.
Probablemente, me quedan unos veinte años de vida útil como escritor. Me parecen
muy pocos años. Sí, ha empezado una cuenta atrás. Hasta cierto momento de mi
vida la cuenta era hacia delante.
¿El mejor libro de mi
vida? ¿La cúspide de todo lo que he escrito? Después de decenas de miles de
horas escribiendo, pensando, creo que mi mejor libro es Las leyes del
infierno. ¿Mi mejor novela? Cuando amanezca la ira.
Me preguntaba ahora cuál
es el mejor amigo que he tenido en mi vida. Esa pregunta es más complicada. Creo
que dos mujeres han sido las mejores y más duraderas amistades de mi paso por
la tierra.
¿El tiempo más feliz? Mis
cinco años de seminario en Pamplona. En segundo lugar, mi año como secretario
de mi obispo.
Ahora, cierro este post. Después
de 52 años, este post. ¿Espero que el futuro sea una continuación serena, placentera,
de mis años pasados, de mi última etapa? No, creo firmemente que Dios tiene la
capacidad de sorprenderme.