miércoles, mayo 26, 2021

El lugar más noble donde se recibe a los ministros de exteriores y similares

 

Me gustaría dar algunas sugerencias más respecto a las fotos de ayer. No sé a quién se le ocurrió poner un reloj de sobremesa en una repisa de la pared. Pero si fue un monseñor, díganle que eso es un peccatum mortale estético, además con perdón reservado a algún decorador de París y tras hacer penitencia.

Vamos a ver, jamás, jamás, se hace. No sé si en alguna morada del infierno de Dante, pero no sobre este Orbe. Si se tiene un reloj de sobremesa, se coloca en una mesa. Si se quiere colocar en una pared, se coloca un reloj de pared. Si no se sigue esta regla, se da la impresión de haber querido llenar un hueco o de no saber dónde colocarlo.

Otro peccatum mortale, para nada venial, es que en el siglo XVII y XVIII había muchas puertas disimuladas en los palacios. Ahora bien, nunquam, numquan, never, never, se disimula una puerta con papel de empapelar si esa puerta tiene un tremendo marco como el de la segunda foto. Eso no lo hizo nunca ni Lutero ni Calvino. Si pone un marco de esa entidad, se coloca una puerta acorde al marco. Otro dogma, otro. Este debe estar proclamado por algún concilio de decoradores.

El último fallo es la mesita barata del teléfono, cuyos “niveles” los han llenado de cosas para no dejarlos vacíos. La mesita proletaria no pega nada en ese club de muebles. Si se fijan en la película María Antonieta no verán ni un solo mueblecito que desentone. Había mil soluciones para colocar el teléfono en algún lado. Pero la mesita parece estar gritando: “Sáquenme de aquí”.