martes, mayo 04, 2021

Un arco que Pavlov diseñó en 1942 para Moscú, pero que los soviéticos nunca construyeron

 

Si algo caracteriza a las ciudades de la Antigüedad, y no digamos a las de la Edad Media, eran esos edificios impresionantes, bellísimos, mucho más grandes que los demás. Basta ver las reconstrucciones de cualquier ciudad como Alejandría, Antioquía o Tarragona para darse cuenta de ello. El entorno urbano contaba con hitos.

Una de las características de la arquitectura que va de los años 50 a los 90 ha sido una arquitectura urbana generalmente anodina, carente de cualquier interés y sin hitos, sin grandes proyectos. Lo único que ha destacado de ese mar uniforme han sido los rascacielos. Y sí, allí se ha dado la gran arquitectura, la “arquitectura mimada”. Pero salvo esa excepción, salvo lo que encontramos en los concursos de arquitectura, la arquitectura usual de esos años fue aburrida y prescindible a nivel de configurar un entorno urbano bello.

A partir de los 90, la cosa comienza a mejorar claramente. Eso se ve en cualquier ciudad española, los barrios de los años 90 son mucho mejores a nivel estético. Pero la misma fea tendencia era observable antes en Alemania, Francia o Reino Unido.

Nuestra época requiere de grandes proyectos urbanísticos. Una ciudad no puede seguir siendo una mera acumulación de edificios sin más. Los proyectos que, a veces, he sugerido pueden parecer una locura. Pero son un esfuerzo por romper esa tendencia a un utilitarismo aburrido.

El Castillo de Frontenac que mencionaba ayer es un ejemplo de soberbia arquitectura que cambia toda la forma de ver una ciudad. la ciudad pasa a tener una referencia, un centro, una geometría que no es mera adición.

La creación de formidables arquitecturas institucionales no va contra el igualitarismo. Son construcciones para el Pueblo. Eso lo entendieron (y lo entendieron muy bien) algunos arquitectos teóricos de la Unión Soviética. Y eso que se llevó a cabo solo una mínima parte de lo que algunas mentes pensaron. El régimen soviético fue espantoso, pero pudo haber tenido una gran arquitectura que podría haber generado toda una estética propia del comunismo. Los gobernantes no estuvieron a la altura de algunos de esos arquitectos visionarios. Y el gótico soviético erigió las llamadas Siete Hermanas y algunas otras cosas más. Formidables edificios de todo un mundo estético que podría haber ido mucho más allá.

Lo que ocurre con la arquitectura, esa tendencia a lo anodino, también ocurre con la democracia actual. Hay que embellecer a las instituciones constitucionales. Yo he expuesto mi propuesta. Pero puede haber otras.

Mi propuesta vale para la Iglesia, véase Neovaticano, o para la sociedad civil, véase La decadencia de las columnas jónicas. Lo cierto es que hay que intentar huir de lo meramente funcional, para levantar creaciones estéticas. Eso, insisto, vale también para la Iglesia; no está todo ya inventado, no está todo dicho. Pero es cierto que cuando entras en lo concreto, entras en lo opinable. Y cuando tu propuesta es más “grande” se puede considerar más como una locura. Algo como el edificio del Parlamento Británico solo era posible con la mentalidad del siglo XIX. En los años 60, se hubiera creado un moderno complejo de oficinas.

Gran parte del éxito de Napoleón en las siguientes generaciones fue que comprendió que había que crear una estética. Conquistó tierras en su presente, pero el porvenir lo conquistó con su estética neoimperial.