viernes, diciembre 11, 2020

Cuando hay arrepentimiento y la fuente del pecado se ha secado

 

Un comentarista, Lux, hacía ayer la reflexión de que los evangelistas siguieron llamando apóstol al traidor. Y los textos se escribieron años después. Cierto, no me había dado cuenta del mantenimiento del título.

Fabián escribía:

Yo añadiría que, además, es una forma de demostrar que, cualquiera que sea el rango o nivel que ostentes, los pecados en los que se pueden caer son los mismos para todos.

Igualmente, cierto. ¿A alguien se le retiraría el grado de laico en la Iglesia al salir de la cárcel después de un terrible pecado?

¿Podríamos afirmar: “Es incompatible que se siga llamando “cristiano” el que cometió ese pecado pasado, aunque se haya arrepentido”?

Alguien objetaría: “¡Pero no puede ejercer esa función un sacerdote o un cardenal!”. La respuesta es: ¿Es que son meramente funciones? Si fuera así, entonces, todos los rangos podrían ser meramente transitorios y si todo fueran funciones (y no hubiera algo misterioso detrás) ¿qué razón habría para que las mujeres no pudieran ejercer unas meras “funciones”?

A Lucía, que veía esto como una benignidad y como una amnistía, le contesté:

Mantener la dignidad eclesiástica (ya desprovista de función alguna) ¿en qué sentido es ser benigno? ¿En qué sentido mejora la vida de alguien ya condenado por un tribunal civil? ¿En qué sentido es una amnistía? Si alguien ha pasado varios años en una cárcel, ¿por qué es una amnistía? ¿Se le retira el título de ingeniero de caminos al que ha cometido un asesinato?

La reflexión de ayer me llevó a reconsiderar algo de lo que ya escribí acerca de las casas de reclusión eclesiástica. Concebía, hasta ahora, que sus inquilinos debían estar recluidos. Pero ahora me doy cuenta de que, manteniendo una vida sobria y hasta penitencial (esto requeriría más matices), manteniendo una cierta reclusión (esto también requeriría más matices), lo cierto es que no hay razón alguna para encerrar allí a nadie que haya cumplido una pena. Porque la Iglesia no tiene cárceles, la Iglesia no tiene medios para imponer justicia porque no es su misión. La Iglesia no está sobre este mundo para hacer justicia ni siquiera con sus miembros.

La Iglesia con sus “tribunales” podrá tomar decisiones para solventar problemas entre sus miembros, pero no para hacer justicia. Lo que se llama justicia en la Iglesia es más algo parecido a la acción de una madre que toma decisiones entre sus hijos.

Esa acción maternal eclesiástica puede conllevar decisiones patrimoniales, de retirada de funciones, etc., pero es algo radicalmente distinto al proceso y criterios que sigue un juez.

Cierto que una decisión de un tribunal de la Iglesia puede ser injusta. Aunque no se pretenda hacer justicia, se pueden tomar decisiones injustas. ¿Pero un juez eclesiástico puede pretender castigar?

Replanteemos la pregunta de esta manera: ¿Nos imaginamos a Jesucristo azotando con una vara la espalda de un ministro infiel? ¿Nos imaginamos al Maestro encerrando en una celda a un apóstol durante un ocho años o cinco o dos?

Dad al césar lo que es del césar. El tribunal del césar debe hacer justicia. Debe hacerlo, no tiene otra opción. La justicia en un Estado de Derecho no es opcional, es un deber. Pero después la Iglesia, como una madre, acogerá al que salga de prisión. Vemos lo que las madres hacen con sus hijos al salir de prisión, hasta con los asesinos. ¿La Iglesia es una madre no tan madre? ¿Es una madre de grado inferior?

La remoción de un grado eclesiástico (ya sin funciones: sea obispo o cardenal o canónigo) ¿no proviene acaso de una mentalidad penal? ¿No subyace en ello una relación delito-pena?

Si el que fue culpable ya no ejerce funciones para las que sea inadecuado, ¿qué mal hará? En una casa de reclusión eclesiástica, ¿por qué no va presidir la liturgia como lo que es: obispo o cardenal? ¿Por qué no va a intentar vivir lo que le quede de vida en su rango, en la espiritualidad de su rango?

Alguien dirá, ¿pero tiene tanta importancia que un obispo de setenta y seis años, retirado en una casita de un pueblecito pequeño de mil habitantes (incluso vigilado por el párroco) siga en su rango en vez de reducirlo al estado laical? Por supuesto que sí. Tiene mucha importancia.