martes, diciembre 08, 2020

De la banalidad de la realidad y de la belleza de la ficción

 

Hoy he visto las escenas de la inquisición en Assassin´s Creed. Es imposible aguantar el guion de esa película y nunca ni siquiera lo he pretendido. Pero sí que vi hace un par de meses la escenografía del inquisidor y el resto del clero viendo cómo quemaban a unos herejes.

Por supuesto que la inquisición de esa película es tan realista como la de la célebre escena de Monty Python titulada Nobody expects the Spanish Inquisition.

Ahora bien, los aspectos estéticos de ese falso auto de fe no son despreciables. De hecho, pensaba que ya me gustaría ver una cátedra para obispo como la que tiene el inquisidor en esa película: sobria, tremendamente sobria, en estilo castellano medieval, sin colores, solo del color del roble. No sé quién la ha ideado, pero lo ha hecho mejor que los que hacen cátedras de verdad para los obispos. En este caso, una vez más, lamentablemente, la ficción es bastante más bella que la realidad.

¿Por qué? Porque la cátedra de esa película la han hecho profesionales. Mientras que, en las catedrales, la decisión última siempre se deja en manos de alguien que estéticamente suele ser un amateur. Estoy pensando ahora en dos preciosísimas catedrales góticas de España. Sus dos cátedras les sientan a esos templos como le sentaría un santo de un retablo ponerle dos pistolas en sus manos.

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Tengo un amigo que siempre que ve una película, por sistema, se pone del lado de la inquisición. Para él, un auto de fe siempre tiene mucho más interés estético que cualquier obra de Warhol o Barceló.

Aunque he intentado corregir esas ideas suyas repetidas veces, debo reconocer que yo sí que estaría a favor de un auto de fe en el caso de Barceló y el que le encargó la obra. Y, desde luego, no mostraría piedad. Le contestaría que iba a mostrar la misma “piedad” que él tuvo con la Catedral de Mallorca.