martes, diciembre 01, 2020

Lo poco gusta, lo mucho cansa: no los puedo tener vagando durante cien años por el desierto

 

Lefevbre se encorvó y se apoyó sobre sus rodillas: Éramos tres y ya solo quedamos dos.

Viganó: ¿Has visto Los diez negritos?

Lefevbre: Ah, sí. Dix Petits Nègres. Excelencia... ¿lo dice con segundas porque yo fuera legado apostólico para toda el África francófona.

Viganó da un suspiro: ¿Sabe usted por qué no me he hecho de la fraternidad?

Lefevbre: Resulta evidente. Mis sucesores mantienen una cierta dignidad. Usted y su lámpara... mediatique.

Viganó: ¡Espere!

Lefevbre: ¿Qué?

Viganó: ¡La lámpara! Ay, no. Menos mal. Aquí está. Mire, la voy a frotar y que amanezca por donde quiera.

Lefevbre: Yo no digo nada.

Viganó: Claro, claro. Toda la culpa moral para mí.

Frota la lámpara y se aparece Leonardo Boff. Los dos obispos se frotan los ojos.

Lefevbre: ¿Pero qué lámpara has cogido?

Viganó: ¿Crees que había varias para escoger?

El genio de la lámpara les dijo, sin rodeos, que les concedía tres deseos.

—Un deseo sinodal a cada uno.

—Agua para que solo uno de los dos sobreviviera.

—Que la historia alcanzase su final y conclusión en el siguiente post.

Lefevbre dijo que había sido formado con santo Tomás de Aquino y que lo del deseo sinodal pues que no acababa de ver a qué se refería. Viganó alegó que estaba en la flor de la vida y que, desde un punto de vista meramente racional, veía clara la decisión del agua. El genio añadió que la historia no podía resolverse con que uno estaba soñando y se despertaba, o que todo había sido una alucinación, o que Bill Gates les había puesto nanorobots en el cerebro.

Lefevbre comentó que qué pena que solo quedase un post, que le estaba cogiendo gusto a eso del desierto. En Suiza nos daba tan poco el sol.

Viganó: Pues todo para ti. Si es que lo del agua cada vez lo veo más claro.

To be continued.