Lefevbre se encorvó y se apoyó sobre sus rodillas: Éramos
tres y ya solo quedamos dos.
Viganó:
¿Has visto Los diez negritos?
Lefevbre:
Ah, sí. Dix Petits Nègres. Excelencia... ¿lo dice con segundas porque yo
fuera legado apostólico para toda el África francófona.
Viganó da un suspiro: ¿Sabe usted por qué no me he hecho
de la fraternidad?
Lefevbre:
Resulta evidente. Mis sucesores mantienen una cierta dignidad. Usted y su
lámpara... mediatique.
Viganó:
¡Espere!
Lefevbre:
¿Qué?
Viganó:
¡La lámpara! Ay, no. Menos mal. Aquí está. Mire, la voy a frotar y que amanezca
por donde quiera.
Lefevbre:
Yo no digo nada.
Viganó:
Claro, claro. Toda la culpa moral para mí.
Frota la lámpara y se
aparece Leonardo Boff. Los dos obispos se frotan los ojos.
Lefevbre:
¿Pero qué lámpara has cogido?
Viganó:
¿Crees que había varias para escoger?
El genio de la lámpara
les dijo, sin rodeos, que les concedía tres deseos.
—Un deseo sinodal a cada
uno.
—Agua para que solo uno
de los dos sobreviviera.
—Que la historia alcanzase
su final y conclusión en el siguiente post.
Lefevbre dijo que había
sido formado con santo Tomás de Aquino y que lo del deseo sinodal pues que no
acababa de ver a qué se refería. Viganó alegó que estaba en la flor de la vida
y que, desde un punto de vista meramente racional, veía clara la decisión del
agua. El genio añadió que la historia no podía resolverse con que uno estaba
soñando y se despertaba, o que todo había sido una alucinación, o que Bill Gates
les había puesto nanorobots en el cerebro.
Lefevbre comentó que qué
pena que solo quedase un post, que le estaba cogiendo gusto a eso del desierto.
En Suiza nos daba tan poco el sol.
Viganó:
Pues todo para ti. Si es que lo del agua cada vez lo veo más claro.
To be continued.