A causa del triduo en el
Vaticano, estos días no he podido evitar meditar sobre el conjunto La
cátedra de Pedro de Bernini. Es una obra con la que, ya hace años, me reconcilié.
Para alguien, como yo, al que no le gusta el barroco, ese fruto de Bernini era
difícil de digerir. No me gustaba nada de nada.
Con los años, fui
quitando de mi mente los prejuicios contra el barroco. Eran prejuicios, ahora
lo sé. Subjetivismos bastante injustos.
Ya en mi estancia en Roma,
durante el doctorado, fui amando más esta obra. La idea de un gigantesco relicario...
La cátedra vacía, la cátedra como elemento sustantivo, no como mero mobiliario
de un personaje. Los cuatro principales padres de la Iglesia unidos a esa
cátedra. Unidos, no sosteniéndola. Los cuatro santos son estatuas magistrales. No
tienen nada que envidiar al Moisés de Miguel Ángel.
Los angelotes de la tiara
afean mucho la obra. Si alguien me puede decir qué significan esas dos mujeres junto
a la cátedra, se lo agradeceré.
En fin, ahora, sí, esa
obra me parece muy buena y colocada en el lugar perfecto.