sábado, julio 11, 2020

La mejor escuela de teología



Después de leer el post de ayer, Alfonso preguntaba: “¿Cuál será la mejor escuela de teología del mundo?”.

En mi opinión, será aquel pequeño seminario de Brasil, de Colombia, de Uganda o de Costa de Marfil, donde haya unos profesores llenos de amor de Dios y al prójimo, sabios y que conduzcan a sus seminaristas por unos caminos parecidos a los de Jesús durante los tres años que enseñó a sus discípulos.

Seguro que hay algún seminario pequeño, humilde, en algún país no muy rico, donde hay pocos profesores, pero muy buenos, que forman una verdadera familia con sus treinta o cuarenta seminaristas, donde todos los ejemplos son óptimos, donde se vive una formación completa en lo teológico y en lo espiritual. Cinco años donde la teoría y la práctica; la oración, el estudio y la acción caritativa forman un conjunto perfecto.

Y no creo que esté ni en Europa ni en Estados Unidos, sino en América Latina o en África. Asia no la conozco.

En la medida en que un seminario se hace más grande, se pierde ese aire de familia. En la medida en que los seminaristas se trasladan a una facultad de teología, los profesores están mejor formados en las prestigiosas facultades romanas y europeas, pero, algunas veces, están más dedicados a sus libros y menos al prójimo, más a sus erudiciones y menos a una vida sacerdotal equilibrada.

Para nada estoy atacando que deban existir grandes seminarios, o excelentes facultades de teología, para nada estoy atacando que existan grandes “vacas sagradas” de la teología dedicadas a esa labor para bien de la Iglesia.

Ahora bien, si yo defiendo la existencia de grandes seminarios, de facultades de teología y de hombres que son montañas inmensas del saber teológico, al mismo tiempo, advierto que no pocos lugares de estudio para el sacerdocio se han convertido con el paso de los siglos en caminos áridos. Algunos seminarios, los menos, comenzaron un proceso intelectualista cada vez más alejado del ejemplo inicial de Jesús y sus Doce. No ya alejados en las formas, sino de su mismo espíritu.