viernes, julio 03, 2020

Pero Dios está por encima de la tempestad



Primero: La foto de ayer era de una estatua. Son figuras tan perfectas que alguno ha podido pensar con razón que era una foto de una pareja real. Por eso he puesto la foto de hoy.

Segundo: Alfonso (al que yo tanto estimo) ayer escribía esto:

Es curiosa también la falta de empatía que los epulones occidentales tienen hacia los 700 millones de lázaros de la China interior, a quienes afecta mucho más el rápido desarrollo de la China costera.

Al que no le importa nada la existencia de esos 700 millones es a su propio gobierno. Si los colosales, gigantescos, godzillianos, superavits que ha tenido China se hubieran empleado en mejorar la vida de sus ciudadanos, sus existencias hubieran cambiado. Pero Xinpin decidió que la existencia feliz de millones de siervos sería sacrificada para que su Estado-ídolo reinara con una supremacía que solo puede calificarse de religiosa. Ya es hora de llamar a las cosas por su nombre.

Alfonso añadía:

Siendo nosotros aún mucho más ricos per capita que los chinos costeros nos quejamos con pataleta de perder privilegios y comodidades (en vez de trabajar más duro y vivir menos subsidiados) pero ni vemos a esos pobres lázaros que sí que no pueden competir.

No, no es una cuestión de perder privilegios. Nadie puede competir con China. Nadie puede competir con una mano de obra esclava. No es una cuestión de innovar o reinventarse. Ahora hay un movimiento de opinión para implantar la jornada laboral de 12 horas 6 días a la semana. Único objetivo: que los ricos sean más ricos.

¿Trabajar más duro? Las condiciones de trabajo de millones de chinos son de verdadera esclavitud. Con todas las sílabas, es-cla-vi-tud. Se llama de otra manera, pero es eso. ¿Así que hay que trabajar más duro? ¿Innovar? ¿Esto se soluciona siendo competitivos?

Tercero: Para mí, China ocupará el mismo lugar teológico (respecto a la antigua Cristiandad) que Babilonia respecto al antiguo Israel. Por supuesto que los chinos no son culpables, son las primeras víctimas de un neofascismo tecnológico.