miércoles, julio 08, 2020

María, líbranos de los falsos profetas


Hace unos días, ya os dije, vi un documental de una hora sobre la iglesia que fundó un tal Jim Jones en California y que llevó al suicidio a casi las 2000 personas que hizo que se trasladaran a la Guyana. De pequeño vi las noticias en la televisión. Era yo lo suficientemente niño para no entender que eso que apareció en la pantalla eran dos mil cadáveres. Los adeptos envenenaron a sus hijitos. Quedan las grabaciones en audio de lo que se decía por los micrófonos cuando estos estaban empezando a dar los primeros síntomas de intoxicación. Terrible.

Ese noche que vi el documental, me enteré de otro sujeto que es lo que lo que la Biblia llama un falso profeta, este vivió en Detroit, se llamaba James Francis Jones. Murió en 1971. Su estilo de vida era impresionantemente lujoso y sus ideas nefastas. Era increíble que uno solo creyera a semejante sujeto que tenía escrito en la cara que lo que decía no tenía ni pies ni revés. Vivió como un millonario y, cada vez más, sus vestimentas estrafalarias mostraban, con mayor claridad, que algo no funcionaba bien en su cabeza o en su alma.

Hoy he estado hojeando la vida del fundador de la cienciología, gracias a un artículo del siempre acertado Luís Santamaría (el que más sabe de sectas en España). La vida de L. Ron Hubbard es tan impresionante, para mal, como las de los otros dos falsos profetas: falsedades, falsedades, falsedades. Una vida fundada en el error y dedicada a esparcir el error. Si no se ha hecho una buena película es solamente porque el que la haga tendrá que ir a los tribunales. Pero con leer su vida, el guion ya está hecho.

En la primera redacción del post, se me había olvidado mencionar a Charles Manuel “Sweet Daddy” Grace, vivió en Harlem, 1881-1960. Leí y miré bastantes fotografías de este personaje. Os aseguro que verle me produce repugnancia física. Insisto, física.

Me pregunto cómo es posible que no se abra la tierra bajo los pies de estas personas que llevan a las almas a abismos de sufrimiento aquí en la tierra y quién sabe a dónde en el más allá. Uno se pregunta por qué el Señor no actúa. Pero seguro que su falta de actuación es aparente. Y que, aunque no lo veamos, Dios sí que obra. Si Dios existe, no puede quedarse sin hacer nada ante estos “monstruos para las almas”.